Escuchaba, en su habitáculo a obscuras, activarse el mecanismo de cuerda. El muelle metálico se tensaba. Se abrían las puertas y la música sonaba. Se puntillas, en el borde del instante comenzaba el movimiento. Todo cobraba sentido.
Entonces, no entendía que no es necesario ningún estímulo externo, para desplegar el arte.
Todo lo que la tierra comprende, se encuentra dentro.
Se es, aquello en lo que en cada momento te detienes.
Un sutil posarse. Mariposa en vuelo continuado. Incesante viajar. Liviano. Tenue.
El dulce latir que se escucha, en cada ser es el más hermoso reflejo del corazón de la Tierra. Que en su inmensidad, cobra millones de formas distintas para deleitarnos con todos sus matices. Ampliándose y mutando por doquier.
Hilos invisibles nos unen a su centro. Raíces que buscan su alimento. La savia de la vida.
Dicen, aquellos que no ven más allá de la materia, que el núcleo de la tierra está compuesto, en su mayoría, de níquel y de hierro.
Acaso no se escucha la vida vibrar por doquiera que mires.
Acaso no es la materia sino un conjunto de elementos, parámetros del pensamiento.
Acaso no se siente la fuerza cohesiva que dota a todo de sentido.
Los caminos de la tierra se proyectaron al cielo. En devenir unitario.
El cielo mira a la tierra. Y le ríe, con sus astros.
Toda esta inmensidad es lo que eres.
Abandonas los límites de la caja.
La música se expande.
Los pies son libres de inventar.
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