martes, 21 de abril de 2020


Saldremos fuera, luego de esta primavera que se marchita, ajena a nuestra presencia. Más nada volverá a ser como antes. El cielo será más límpido y azul. Y, a la noche, estará cuajado de nuevas estrellas, solitarias estrellas que conmueven el alma con su profundo silencio.



Los mayores

Y las muertes se suceden como un goteo constante, en soledad, en silencio, sin poder contemplar con ese último aliento el rostro amado, sin el calor de una mano a la que aferrarse hasta llegar al final del camino.

Y no se escucha en el campanario ningún tránsito, nada que avise al resto, sin poder recibir antes de la inhumación una pública despedida.

Y se van por decenas cada día, y cuando nos dicen los medios las cifras, se nos hiela la sangre, porque desde este extraño encierro, pensamos que tampoco podemos hacer nada.

Y los que aún viven se pasan el día solos, enjaulados en sus habitaciones, sin un horizonte en el que converger la mirada en otro congénere.

Nuestro mayores  desaparecen y nosotros entendemos que lo que ocurre es que se está extinguiendo la voz de nuestra memoria colectiva.

Ya no hay tránsitos, debiera haberlos por cientos. Y así vivimos confinados en una verdadera ignorancia de los hechos.

Pero saldremos fuera, luego de esta primavera que se marchita ajena a nuestra presencia. Más nada volverá a ser como antes.

Y el cielo será más límpido y azul.

Y, a la noche, estará cuajado de recién nacidas estrellas, solitarias estrellas que conmueven nuestras almas con su profundo silencio.




jueves, 16 de abril de 2020

Mañana de encierro

Los momentos brillantes quedaron desangelados en algún oscuro lugar de la memoria.

A veces se revelaban en forma de extraños sueños, y al despertar, dejaban su intacta estela en el ánimo.

Podría decirse que todo lo que sabía de él lo había aprendido a través de los sueños en (durante?) los amplios márgenes de su ausencia.


Las campanadas de las diez sonaban, acompañadas de una voluptuosa primavera, ajena al drama que inundaba los hogares del mundo. Los elementos eclosionaban imparables y al pensar en el dolor resultaba insoportable la exultante belleza.

Los sueños se componían de retazos de realidad mezclados con los deseos y los anhelos más profundos.

Despertar del sueño, impregnada de su presencia; era él con nuevos matices nunca soñados o imaginados, con la angustia pugnando por campar en todo el tórax,

Me preguntaba donde se había ido tanto amor, como había permitido que enmudeciera y ensordeciera, dónde estaba.

Y ahora qué hacer en este nuevo orden del mundo: afuera los trinos de los pájaros explayándose por cada rincón de la casa, haciendo soportable la tristeza del encierro.

Dentro de mi, la cuarentena iba logrando su efecto de cambio y, a ratos, sentía plenitud admirando la belleza y grandeza del alma de mi hijo, mi compañero junto con la gata Fénix, en el encierro. Él es como el día claro más fragante de mi niñez, el centro de un majestuoso universo posible.






















miércoles, 15 de abril de 2020

domingo, 5 de abril de 2020



Cuando el cielo no nos salve del espanto, al menos que nos alivie su belleza.





Confinados III

Hoy la angustia se ha quedado instalada en el centro de mi ser.

Deambuleo por las noticias intentando encontrar una chispita de esperanza.

Despierto a mi hijo y le pregunto una vez más que qué tal está. Bien, responde, y siento alivio en mi centro sobrecargado de incertidumbre, angustia y miedo.

Y me digo a mi misma, hemos de continuar, como si este día fuese el mejor del mundo porque en realidad es el único que tenemos ahora.

Ir a la compra se ha convertido en un acto de heroicidad. A mi me va entrando pánico cuando veo que se van acabando las provisiones y tengo que salir a comprar.

Rostros enmascarados de toda clase, miradas que se cruzan en unos ojos que se centran en el objetivo de ir echando lo más rápido posible los alimentos al carrito. El supermercado se ha convertido en una trampa mortal (en cuanto a fuente de contagios) y al menos para mi en una paranoia. Pienso que todo lo que cojo está contaminado (como yo deben de pensar la mayoría) y al llegar a casa voy desinfectando uno por uno los productos, que vienen sobre-envasados. Los envases, lejos de disminuir, han aumentado. Yo pienso que los envases se ponen de manera masiva porque les deben de salir tremendamente  baratos, porque hoy compré unos croissants que venían en una cajita que en apariencia vale más que el contenido.

Nunca me gustó ir a comprar. Ahora menos. En los pasillos nos cruzamos y ocurre que ese alguien que antes observabas con curiosidad, ahora se ha convertido en alguien a evitar. Nos movemos entre los estantes rápidamente como si fuésemos todos unos apestados. No sé. Todo es extraño y se reviste con un halo de miedo al contagio. Ahora que vamos sabiendo que el bicho es un hijoeputa voraz y que nos han engañado: se ceba en el organismo y destroza los pulmones de un día para otro, al margen de la edad y condición física. Los que saben la verdad son los sanitarios que trabajan en los hospitales y ven lo que hace en los casos más graves.

Yo tengo miedo. Mi gata y mi hijo no parecen tenerlo, son mis guías.
Su ausencia de miedo hacen que mi miedo se manifieste sólo de manera intermitente y así no me paraliza como me ha pasado en otras situaciones vitales extremas.

Escribo porque el ratico que consigo echar unas líneas me siento un poquito más fuerte para continuar.

Al despertar, durante todo este tiempo de confinamiento, supongo que todos pensamos un día más, sabedores de lo corta que es la distancia que nos separa de la muerte.

Ahora voy a ver si soy capaz de seguir poniendo orden en la casa.

Hasta otro rato, si Dios quiere.







miércoles, 1 de abril de 2020

Confinados II

Ayer llovía todo el día. A ratos con gran fuerza.
Por primera vez sentía la lluvia como lágrimas negras y su incesante repiqueteo semejaba al castañetear de dientes del miedo atávico a la muerte. Por eso, también por primera vez, quería que cesara la lluvia, porque creaba un gran desasosiego dentro de mi ser.
A la noche, el sueño me llevó consigo a su lado más profundo. Hoy, al despertar, el sol arropaba a todo el mundo.
Al recomenzar a pensar, mi angustia sabía que no era una pesadilla, era real, que un ente diminuto se explayaba en extinguir la vida de millares de hombres.

Y me salió orar un desenfocado padrenuestro.
Me autochequeo y recapacito: estoy bien y caigo en la cuenta que siempre se puede hacer algo bueno, en cada instante.
Miro a mi hijo: ha pasado buena noche, espero que también esté bien. Y así, un día más me vuelvo a sacudir la angustia al levantarme y poner los pies en la alfombra.

Vamos a ver que inventamos hoy para asesinar el tiempo.

Vamos a ordenar y limpiar un poquito la casa. Y después, cuando se levante Marcos vamos viendo. Vivir en el ahora.

Quizás, el ahora es lo único que existe realmente, y futuro y pasado sólo son ficciones para ordenar el tiempo del sueño de la existencia.

Aquí y ahora, construyendo la ansiada calma con los retazos de vida que están a mi alcance.
La calma, calma chicha.

Marcos se ha levantado y al abordarme para darme los buenos días, me ha asustado (ensimismada como estaba).

Le pregunto que si se encuentra bien y me dice que sí. Vamos a empezar juntitos la mañana.

Desayuna y después organizamos sus tareas escolares. Miramos en el correo del instituto a ver si hay algo nuevo de tarea (para tomar nota) y comenzamos.

Recibo una llamada de un número que no conozco, decido cogerlo. Es el enfermero de la residencia en la que vive mi madre. Me acojono. Pero son buenas noticias: mi madre ha dado negativo en el test del coranovirus y se encuentra mejor. Se cruzan muchas sensaciones en mi mente, pero el pensamiento que más destaca es que vaya par de ovarios que tiene la abuela. Es durilla.

Siempre pensando en ahora, el instante de ahora es bueno, vamos a compartirlo con la familia.

Pero como siempre que sucede algo bueno, me vienen al encuentro sensaciones contradictorias. Por otra parte, pienso en la soledad de mi madre, allí, confinada en su cuarto durante toda la cuarentena. Ella aborrece la soledad, como casi todos los humanos, supongo. No podemos visitarla, ni decirle la buena noticia. No podemos hablar con ella, verla al menos, por video - conferencia. Yo que sé.

Es todo tan triste.

En un rato pensaba, que la tierra necesita respirar (como es arriba es abajo) y el virus hijoeputa este se está cargando a millares de personas con unas neumonías terribles (no sé exactamente, pero se instala en los pulmones y lo destroza.

Yo que sé. Supongo que desvarío.

Bueno, que el día ha transcurrido con relativa calma.

Tengo ganas de tumbarme y dejar de pensar unas horas.

Y me marcho a dormir, pues no se me ocurre ahora mismo ponerle otro final al escrito.

Aquí y ahora, las 23:55 h del 1 de abril de 2020