viernes, 23 de julio de 2021

 De qué me sirve sentir tu cuerpo, si abandonaste mi alma.




 Te recuerdo como la luz de una estrella que se extingue poco a poco, pero que nunca se apaga dentro de mi alma.




 Voy a fijarme sólo en las cosas que se ven porque de verdad se sienten.




Cosas que veo porque se sienten

 Llega un momento en la vida en que ves las cosas como las ves, sin el filtrado del autoengaño. No es que las veas con una claridad prístina, pero si mucho más allá de los ojos y de los sentidos,  desde un lugar indeterminado de los adentros, que se encoge de asustado ante lo evidente. La mente abierta no lo niega, ni lo juzga, acompaña en el sentimiento, más bien lo deja fluir. El sentimiento es una mezcla de sensación de nausea y tristeza. 

Lo que veo estos días, es a una mujer, la mujer que más quiero: mi madre, que se está cansando o está ya muy cansada de luchar. Al estar con ella, lo que me transmite es una gran angustia e impotencia porque noto perfectamente como se escapa hacia ese invisible punto de fuga al que todos nos dirigimos sin retorno posible.

Su rostro al vernos, no manifiesta el menor atisbo de alegría o de reconocernos. Se ha tornado en un gesto duro de cansancio. Y se duerme, como si el sueño fuese el único consuelo que nos queda. 

Me dicen que puede que esté así por el calor, o porque no duerme bien o nada por las noches. Algo en mi interior me dice que es por algo que va más allá de todo esto. Y, a estas alturas, me creo.

Cómo saber lo que le ocurre realmente, si no puede hablarnos y no sabemos realmente cuanto abarca su entendimiento de las cosas.

El sueño, el a veces tan dichoso sueño, me arrebata su presencia, tomo su mano y la acompaño un rato mientras duerme. No me sale de dentro cantar canciones, ni contarle historias, ni decirle que todo va a ir bien. Impotencia. Me resigno y me siento impotente.

Necesito sacar todas estas sensaciones tan malas fuera de mi. Y cómo olvidarlas por un instante, si vivo en su casa y todo está impregnado de su esencia.

Necesito salir, gritar al universo entero que hay cosas que no debieran ver nuestros ojos, porque, a veces, son como un doloroso taladro que atraviesa el cuerpo hasta llegar dolorosamente al alma. 

Hay quienes dicen que estamos aquí, en este mundo, para aprender de toda experiencia que nos sucede.

La experiencia del dolor, me pregunto, ¿también hay que aprenderla? ¿Cuántas veces son suficientes?


Estoy triste. No me gusta el calor del verano, porque todo se hace denso como el mercurio.

Y cualquier actividad cotidiana se convierte en una auténtica odisea.

Estoy triste porque no puedo vivir tranquila con el dolor de ver a mi madre mal. 

No quiero vivir sólo de recuerdos.



Me perdí en el bosque, y tras mucho tiempo perdida, regresé conociendo cada uno de los secretos de su fronda y sabiendo que siempre hay otros bosques donde perderse, pero también laberintos donde encontrarse.


Y aquí espero, porque todavía siento algo de esperanza.