sábado, 30 de abril de 2022

Impares y singulares

 Impares y singulares son las almas que habitan el reino de la acompañada soledad y de la tristeza.

Alrededor de mi espacio, al entrar en el interior del recinto, siento las miradas aletargadas por el tedio y el lento pasar de las horas vacías de contenido, pero sobre todo exentas de amor y de cariño.

Siempre dormitando. Cabezada tras cabezada, como si ese estado somnoliento fuese la antesala del otro sueño final, inevitable y certero.

Cuanta impotencia siento, con los grandes olvidados, los ancianos residentes.

Cuantas historias sumergidas y ocultas dentro de cada microcosmos particular, pequeños mundos que apenas son capaces de interactuar con los otros olvidados.

Hoy ella, mi madre, nada más acercarnos a ella mi hermana y yo, se ha puesto a llorar y su rostro estaba vencido por una profunda tristeza. Ella no puede hablarnos, ni contarnos los motivos de tan hondo llanto. 

Yo pienso que llora porque tiene miedo. Mi hermana piensa que llora porque no quiere estar allí. Puede que no sea por ninguno de estos motivos. 

Quizás su llanto sea la manera de decirnos que somos el único hilo conductor que le queda con la vida y que no le gusta estar sin nosotros. Que ya está harta de pelearse tanto con la vida, siempre entre aerosoles, y con  problemas respiratorios, por si no tiene bastante con todo lo demás (que ahora mismo no me apetece mencionar).

Luego de estar con ella un rato bueno, su expresión ha cambiado completamente: el milagro del contacto, del latido compartido, del amor.

Ahora, ya en casa, termina un día más que a cada uno de nosotros nos ha regalado la vida.

Hace un rato, antes de anochecer, los pájaros piaban por todo lo alto y a todo volumen, presagio de calor para mañana.

A veces, aborrezco tener que obligarme a no pensar para poder continuar, para poder apenas digerir aquello que es incomestible. Continuar, pero ¿a qué precio?

Hoy fue un día tranquilo de comida en el campo, rodeados de verde esplendor y de vida efervescente.

Después no hubo siesta ni fiesta, sino visita a mi madre.

Pero la comida se ha quedado ahí dando vueltas sin digerir. Todas esas cosas que no quiero pensar se transforman en emociones incontrolables que dañan mi cuerpo.

No. Yo tampoco quiero que mi madre esté ahí. Ni verla así. Ni verla llorar. 

Y sin embargo, no hago nada por cambiar. Voy a verla siempre que puedo. Y si está de buenas y el rato de la visita es bueno, salgo de allí con una sensación interior que tiene algo de parecido con la esperanza. Puede que sea, sin más, un cierto alivio de conciencia.

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y yo digo, que la he perdido hace tiempo y que sé bien que lo último que se pierde es la vida. 

Por eso continuamos, aunque no nos acompañe la esperanza, porque la Vida tira de nosotros hasta el final.




sábado, 23 de abril de 2022

Donde jamás fue

 Él, que era lava encendida, también se ha extinguido de mis sueños. 

Y no es por culpa del olvido, sino por mi expreso deseo de no querer vivir anclada en una vana esperanza.

Hace mucho que no me duelen las ausencias. Es sólo que es extraño que quien una vez lo fue todo, se haya reducido a un efímero pensamiento.

Y sin embargo, la luz sigue teniendo menos poder en mi, que el brillo de su sonrisa. Aunque el astro rey no compita con humanos sentimientos.

Es que me me gustaba quererle, pensarle y amarle, despacito, sin prisa, como si se hubiese ahuyentado el tiempo.

Ahora sólo queda el eco lejano de su esencia. El desenfoque perfecto de sus rasgos, que una vez me curó del dolor de no tenerle. 

Hoy viene de nuevo a mi memoria,  porque ocurre que me despierto con otros sueños, en otros lugares y con otras gentes extrañas. Y estoy donde jamás fue él. Y al pensarlo,  el aire se me entumece un poco en los pulmones. tanto me he empeñado en retirarlo de mi ser que mi subconsciente se lo ha tomado en serio. Y ya no está más en mis sueños. Y me pongo un poco triste, porque sin los sueños, comprendo, que ya no me queda nada.

Sólo me queda un viejo ajedrez desvencijado e incompleto esperando a ser reparado. Y una vez completado, quizás, comenzar de nuevo otra partida.

Sólo me quedan unas pocas palabras, frías de miedo por tanta soledad.

Aunque mi gata me acompaña, y a veces, sin pretenderlo, me aleja de todo mal.


viernes, 1 de abril de 2022

Y de repente, vuelven.

Hace mucho tiempo que no escribo. Y no es porque no tenga nada que decir o que decirme. Al contrario, las palabras no dichas me roen las entrañas y me duelen mucho dentro. Cada día, miles de palabras no expresadas, me brotan en la mente y rellenan el enorme espacio poroso del silencio. Y así permanecen, desactivadas, formando parte de la estructura invisible del silencio. Sin querer nada. Sin esperar nada.

Sin embargo, hoy vuelvo a la hoja en blanco. A la escritura aparentemente inconexa, desarrollándose casi en cualquier dirección.

Pensaba en aquello que dicen, que sólo se ama una vez. Non credo. Aquí estoy yo amándote una y otra vez, siendo consciente de que nunca obtendré respuesta, que detrás de mi silencio, se encuentra el tuyo en un lugar todavía más profundo.

En el silencio existe un paraje entero dedicado a las cosas que nunca te dije. Y luego, hay otro con las cosas que te digo en el espacio en blanco. Ambos son infinitésima parte de la gran estructura de los sueños.

Ahora escribo sobre que no escribo. Y es que no sé porque me duele tanto el alma. Bueno, en realidad, algo sé. Es posible que tanto dolor se deba a la pesada carga de un pasado que no logro asimilar ni aceptar. Y hoy siento que ya no puedo más.

Por eso busco y me refugio de nuevo en las palabras, mis fieles compañeras.

Creo que es hora de curarse.