viernes, 15 de enero de 2016

En el cielo o a ras de suelo

Puto miedo.

Me había llamado tantas veces cobarde que se sentía hasta exento de sus propios miedos, pensando que yo también era su propietaria. Así, ocurría que todo un cúmulo de cosas ajenas y propias se acumulaban dentro de un gran saco, sin fondo, en  el que todo tenía parecía tener cabida. Y que, al parecer, era mío.

Lo que no sabía, entonces, es que el mismo miedo es la cura a la cobardía. Pues una vez lo tienes enfrente, cara a cara, lo reconoces y toca su fin. Ese. Justo el que ves.

Es probable que de todo ese pasado roto hubiese algo digno de recordar, pero entre tanta miseria, mentira y podredumbre está tan enfangado que mejor dejarlo para tierra de abono.

No hay culpables.
Ni vencedores ni vencidos.
Es una batalla perdida la del tú más.

Que  no quiero ser más en nada. Ni menos. Ni mejor. Ni peor.
Simplemente quiero ser yo.
Y todo lo que  me imposibilita esto, me sobra.

Sólo quiero estar tranquila.
En los atardeceres de mi cielo incendiado.
En el verde mar de los ojos más preciosos.

Y mientras amplio la envergadura de mi traje alado, elimino los eslabones que sujetan la amplitud de mi mente.

Hubo una vez quien quiso volar con su cuerpo, como lo hacía con su mente. Lo intentaba una y otra vez.
Y no dejó de hacerlo nunca.


Eso, es la vida.


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