martes, 30 de enero de 2018

miércoles, 17 de enero de 2018

Bien mirado

Bien mirado, lo extraordinario cabe en cada gesto sencillo.
Se siente en las diminutas manos que se elevan como queriendo acariciar la maravilla que es el aire, aire que se prolonga de la atmósfera en siete cielos y, más allá, todo un universo infinito y complejo.
Lo extraordinario con frecuencia se aloja en el diamante en bruto que configura lo cotidiano, la cotidianidad,  más es un modo de estar y de vibrar consciente, una manera de elevarse más allá de donde alcanza el pensamiento. 
Es como esa gota infinitesimal de agua viva que purifica todo lo que permanecía obscuro e inmóvil. 
Es el instante justo en el que todo se encuentra conectado y unificado.
Es el motor de las fuerzas que no quieren rendirse cuando no se encuentra dentro la esperanza, que la esperanza es muy humana, pero lo extraordinario emparenta de alguna manera con lo que es divino.

Lo extraordinario, con frecuencia, navega entre las brumas de la razón para llevar nuestra naos a puerto certero y seguro. 

Y se van prendiendo las extraordinarias luces de la lámpara de la verdad y es que es inmensa y sobrecogedora la obscuridad sin las estrellas y los soles que habitan los cielos.










lunes, 15 de enero de 2018

Territorio - Manuel Vicent

El tiempo también es un territorio. A cierta edad el tiempo que te quede por vivir será tu único patrimonio. Mientras seas joven no pasa nada si parte de ese patrimonio lo cedes de buen grado a otra persona, si lo malgastas o, incluso, permites que cualquier idiota te lo arrebate. La vida te dará todavía algunas oportunidades para recuperarlo. Pero cuando el caudal empiece a agotarse no deberás permitir que nadie interfiera, fiscalice o coarte ese tiempo de tu exclusiva propiedad. Cualquiera puede ser rey de ese territorio invisible, solo que para llegar a dominarlo hay que dar un golpe de estado: si pierdes esa batalla ya no serás nadie. Un día, tal vez a causa de una depresión o porque el dedo de un ángel te haya tocado la frente, tendrás la evidencia del valor del tiempo que te queda antes de disolverte en el espacio. Será lo más parecido a una revelación. De pronto descubrirás un hecho tan simple como éste: que la vida te pertenece a ti y a nadie más. Debes saber que nadie te va a agradecer el haber cedido la soberanía si no fue por tu gusto y placer. Habrás sido un esposo fiel, un padre ejemplar, una hormiga de oro para la empresa y un ciudadano honorable, pero no serás el tipo que un día decidió ser libre, ya que el tiempo también es la libertad.
A partir de una edad no intentes volar en un ala delta ni correr los cien metros lisos a menos que te pongan un féretro en la meta. Hay retos más difíciles que uno debe afrontar cuando ya se divisa un gato negro en la línea del horizonte. Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciésemos las horas. Ese pequeño territorio de cada día imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quien marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro. Esa dádiva será también tu salvación. Estas cosas le decía el Maestro al discípulo mientras paseaban una noche muy oscura por una ciudad abandonada. Al llegar a una plaza el discípulo creyó que había salido la luna llena sobre los tejados, pero sólo era la esfera iluminada del reloj de una torre, donde también había una veleta oxidada en forma de gallo. En ese momento sonaron doce campanadas y el Maestro hizo observar al discípulo que aquel reloj no tenía ni agujas ni números. Su esfera parecía la córnea de un ojo que les miraba en la oscuridad. El tiempo también es el silencio, de modo que a una edad lo más sabio a veces es callar, pero nunca obedecer, dijo el Maestro. El gallo oxidado de la veleta cantó anunciando la madrugada.


sábado, 13 de enero de 2018

No hay silencio que no se anteceda de (demasiado) ruido

Entre miles de voces disonantes, aprendo  a vivir  mi silencio originado por su silencio, a dejar de medir el tiempo de su inevitable ausencia, a pensar que son sólo un reflejo las inquietantes punzadas que a veces siento en el pecho  y que sin previo aviso la evidencian.

Se puede vivir asumiendo que el sol tampoco es el centro del universo. Sí, se vive, y mejor.

Puede ser hermoso ir descubriendo, con el asombro de lo que es siempre distinto y nuevo, la verdadera dinámica de los cuerpos celestes, ahora que ya no quedan más lágrimas que esclarezcan cual es el camino.

A veces sabes que sí, que ya está todo dicho (aunque sea difícil salirse de la inercia de seguir hablando). Lo sabes cuando lo único que recibes desde su silencio son desatinadas palabras, endilgadas nadie sabe a cuento de que.

Es muy extraño cuando, de alguna manera se desprende la costra de irrealidad fraguada en base a deseos insostenibles, se empieza a sincronizar la realidad con las sensaciones y los sentimientos; es estar más alerta, más despierta, descubriendo poco a poco muchos más matices de un mundo desprovisto de centro, percibido como la inmensidad de un privilegiado y vasto espacio.

Es todavía más extraña la sensación contradictoria de alivio-dolor que proporciona soltar los anclajes que cómodamente había ido construyendo respecto de ese centro. Ahora, como en la más remota infancia, queda todo por hacer, lo que no queda es tanto tiempo.

Soltar no para olvidar sino para permitirme ser, para evidenciar la no necesidad de estar condicionada a querer algo que me proporciona un devenir que no depende de mi, y me ha hecho estar durante mucho tiempo fuera de mi. Es ser como era en un principio.

viernes, 12 de enero de 2018


Lo extraordinario sucede y sorprende a cada instante.
Y no tiene la  forma de nuestros deseos, es, sutilmente superior.




viernes, 5 de enero de 2018

Reyes

Hace mucho tiempo ya, en la noche de un día tal como el de hoy,  sentí entre sueños la calidez de un beso en mi rostro.
 Al despertar, estaba convencida de que Baltasar, una vez que había dejado en casa los regalos, se había despedido de mi de esa manera.
Una vez despierta me tocaba la cara en el lugar donde había sentido su beso, como queriendo rememorar el instante, como si parte de aquel beso siguiera todavía latiendo en la mañana.
Era muy niña, no recuerdo que edad tendría, sólo recuerdo que eran los tiempos en los que me gustaba ir a buscar rosas de invierno.

Años después, una tarde de diciembre, mi madre me mando a buscar algo que necesitaba a la despensa . Del "algo" tampoco me acuerdo, pero sí de mi casual hallazgo. No sé porqué me entretuve, antes de coger lo que mi madre me había pedido, mirando dentro de un mueble oscuro. El hecho es que al abrir una portezuela me encontré cara a cara con una muñeca idéntica a la que yo le había pedido a los reyes, idéntica no, pensé, es que era esa la muñeca que ya no me iban a traer jamás los reyes, pues acababa de descubrir su verdadera identidad.

Mientras descendía la escalera con lo que mi madre me había pedido, notaba una contradictoria sensación de alivio y de tristeza. Muchas de las preguntas que me hacía respecto de la supuesta magia de los reyes, habían encontrado su respuesta en un momento y saber me aliviaba. Tristeza porque acababa de desilusionarme al recordar aquella noche de reyes en que me besó Baltasar.

Nunca sabré quien me dio ese beso tan dulce.