viernes, 10 de junio de 2022

Vida

 Aunque ya no tenga esperanza, aún siento mi latido.

Todavía me queda la vida.




De camino a casa

Camino anestesiada por el calor, solitario tránsito en el que sólo siento los chasquidos secos de recuerdos marchitos, todos esos preciosos recuerdos que se marchitaron a la par que aconteció el final desengaño.

Sé bien que hubo momentos brillantes entre los dos, luego entre los tres. En ocasiones sentía incluso algo parecido a la felicidad. 

Pero todo esto se fue velando entre las capas infinitas de un profundo dolor.

Me pregunto, con angustia, si alguna vez podrán brillar sin más esos recuerdos. Aunque no tenga esperanza, todavía me queda la vida.

¿Cuántas veces había experimentado el letal veneno del abandono? 

La vida así se sucedía, entre capítulo y capítulo de tus abandonos. Después de mucho sufrimiento y miedo a perderte, yo siempre quería volver (como si no hubiese tenido bastante).

Hubo una fatal ocasión, en la que incluso llegué a vender mi alma a un invisible diablo por volver con él. ¿Cómo se me pudo ocurrir eso? Mucho más tarde, entendí que las palabras son poderosas y que se ha de tener cuidado con lo que se dice y con lo que se desea, así como también se ha de tener mucho cuidado de como se toma una lo que se le dice. Desde aquel día pagué caro su precio, pues lo cierto es que mi alma estuvo un tiempo en posesión del maligno. Hube de perderlo todo y morir y renacer de nuevo para recuperarla. Lo más importante es que entendí que el alma es el más precioso regalo que nos da la vida y hemos de cuidarla sin cansancio y con tesón.

Cada abandono suponía una herida más profunda que la anterior. Y así una vez, y otra vez...hasta que mi ser se anuló completamente. Y ya no puedes más. Pero aun así sigues.

Un día, le dije que si yo alguna vez decidía abandonarlo no habría vuelta atrás, como así ha sucedido.

Pero yo no quería sentir este dolor ni hoy ni ahora. Pero el sol inclemente en mi caminar me ha traído esta faceta de mi vida a la memoria. Paseábamos los tres por las calles del trastévere romano y todo era hermoso. Hasta la decadencia de las ruinas  con la luz del sol lo era.

He perdido mucho tiempo hundida, lo gané reconstruyéndome, en lo que aún sigo.

Respirar hondo, hasta notar a veces en el corazón punzadas de las cicatrices. Las lágrimas se niegan a salir. No me extraña, lloré hasta quedarme seca.

Ya llevo tiempo redescubriendo algunas cosas que compartimos. Me falta la alegría y la chispa. Pero he ganado otras cosas. Mi respiración es mía y mi latido, pero sobre todo, es que mi alma vuela libre, aunque sea por esta solanera manchega.