Un confuso despertar con un pijama de tristeza.
Al intentar
quitarlo, se nota tan pegado a la piel como un invisible tatuaje.
Ese camino que cada día haces, pisando sobre tus pasados
pasos, ya nunca será el mismo.
Es mucho el bagaje y el cansancio que los pies
soportan. La pisada cambia, se hace firme, decidida, para ampliar la fuerza,
cuando hay zozobra.
Extraña cosa es esta vida que otorga y luego arrebata. Compuesta de inconclusas estructuras de aparente orden que
en un instante se desmoronan para borrar la memoria.
Un duro golpe de instante, arrebata los recuerdos, y borra las emociones. Y la realidad se vuelve
una confusa intermitencia de fogonazos incomprensibles.
¿Acaso no es el dolor,
incomprensión?
El saber llena y trae la calma.
¿Acaso puede entenderse un sentimiento?
Dime, cómo se conjuga un verbo sin palabras. Quieto, inmóvil.
Dime, cómo es el silencio que no habla.
Desde la firme decisión que nos enciende y sustenta.
Continuamos.
Aunque sea con el pijama, de una tristeza infinita.
Sin pararse demasiado en el instante que la percibe, decides transformarla
en cosas buenas.
Otorgarlas a la vida. Darle forma de besos, de abrazos y
caricias.
Sobreponerse a todo con una hermosa sonrisa.
¿Acaso no sientes cuando respiras, el dulce latir que a lo
grave quita peso y te eleva?
Le he preguntado al cielo que por qué a cada instante se
muestra distinto.
Dice, que no puede
parar de crear cuando nos mira.
No. No es un dar y quitar. Es un continuo cambio, la vida.
Ese mismo instante en que te acomodas. Desaparece.
También la tristeza cesa.
Y deja la piel desnuda.
Aunque sólo sea por un instante.
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