sábado, 27 de marzo de 2021

 Algún día no muy lejano mis fuerzas serán mayores que mis miedos y entonces ya nada podrá pararme.



Paroles

 Siento y sé que ya es demasiado tarde para seguir esperando sus palabras, esas que una vez llenaron todo mi pecho de amor.

Me entretengo en el recuerdo y echo de menos la fugacidad de unos tiempos amables, llenos de despreocupación, diversión y fantasía. Un delicioso laissez faire donde se disolvía y extinguía la lógica del tiempo.

Ahora, observo en el recuerdo tantos matices y detalles hermosos y he de reconocer que soy una persona afortunada. Afortunada por haber podido vivir tantas situaciones vitales enriquecedoras.

Ahora puede que ya no sea esa persona jovial y rochera que no se perdía ni una fiesta, pero siento que aquel camino era necesario para poder sobrellevar a través de los recuerdos la aridez del presente.

He aprendido a vivir en la renuncia y aunque por las mañanas me aflora la tristeza a través de la mirada, siempre encuentro un motivo para quedarme y seguir peleando en el ring de los mortales. Lo encuentro al despertarse, mientras va caminando hacia el desayuno encogidito, algo así como desprotegido, como cuando te han arrojado del más dulce edén de los sueños.

Revivo en cada uno de sus gestos y sus reflexiones, de sus silencios, de sus ocurrencias y acciones. 

Digo sin temor, aunque quizá no debería ser así, que decido vivir cada día, engancharme a la rueda de la fortuna, movida por el amor que emana su presencia y su ser entero.

Soy una madre afortunada, pues tengo el mejor hijo del mundo para mi, para que lo cuide y algún día vuele seguro muy lejos con esplendorosas alas.

No entiendo la vida sin su amor. Porque le da todo el sentido cuando éste (por el duro devenir cotidiano) se va escapando por los rincones.

Los hijos son un regalo del cielo en la tierra y están aquí por misteriosos motivos que desconocemos, aunque los sentimos y desarrollamos como amor pleno.

Pero se me está yendo de madre el escrito, pues yo comenzaba acordándome de mi amigo que decidió desaparecer para mi del mapa. Y me preguntaba que qué haría si de repente apareciera queriendo saber de mi. Es tentador el asunto. Pero es que ahora mismo estoy tranquilica en muchos aspectos y la verdad es que no quiero nada. Creo que le respondería con silencio, ese del que tanto he aprendido en estos años de ausencia.







domingo, 21 de marzo de 2021

Dentro. Sin posibilidad de entrar. Sin poder salir fuera.

 Siento una tristeza infinita en tu mirada que atraviesa el cristal que nos separa.

Madre, los días deben de hacerse eternos sin un beso, un abrazo, una caricia que calienten tu alma.

En los breves instantes que duran nuestras visitas, mi mente se llena de sensaciones encontradas. 

Por una parte la alegría de sentirte viva, fuerte y sobrepasando la adversidad. Por otra,  en el fondo, muy adentro, me llega toda esa tristeza que emanas y siento una gran impotencia porque no puedes atravesar el vidrio y venirte afuera, donde el sol más brilla. 

Es muy doloroso no poder ni siquiera tocarte, no saber cuando llegará el día en que nos podamos fundir en un abrazo.

Madre, yo no sé hasta que punto comprendes todo lo que ha pasado, porqué vamos a visitarte como bandidas enmascaradas. A veces, pienso que no nos conoces, pienso que a lo peor crees que te hemos abandonado como ya ni siquiera te rozamos.

Madre, yo no quiero que estés triste. No me importa que no me conozcas, cada una de tus células forman parte de mi ser y eso es más importante que la memoria que tenemos en la mente.

Esta tarde decía tu hijo que necesitas el contacto físico tanto como el comer. Cómo le explicas eso a esos señores que hacen las normativas que nos impiden encontrarnos en cuerpo y alma.

Madre ojalá puedas sentir pronto  lo mucho que te queremos, eres  un ejemplo de fortaleza que se crece ante la adversidad. Eres mi balcón al mundo y creo que el fulgor verde de tus ojos es el mejor camino hacia la esperanza.