Hay un canto solitario.
Surge cuando el ser amplifica dentro de sí la armonía de los elementos que el instante evoca.
A veces, sólo es una melodía exenta de palabras.
Una cadencia evanescente e ingrávida.
Variaciones del murmullo de los océanos.
Delicada onda viajera. A su paso, deja una estela de vida amable.
Hay un canto solitario.
Tensa las cuerdas de la garganta, hasta alcanzar el arco capaz de lo más hermoso.
Es un querer de crecer, crecer los momentos de lo bueno.
El canto vibra, con la luz, su fiel compañera.
Recorre sus haces, en una metamorfosis continua de horizontes, que se entregan a la ordenada estructura de otros horizontes.
Se concentran en un punto, muy cercano.
Y desde él, la música se expande.
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