Era una tarde suave y amable. El estío corría por nuestras venas de niña.
Caminábamos mi amiga Nieves y yo, hacia el pretil de la plaza, a dar unas pocas vueltas.
Poco antes de llegar, Nieves disminuyó su paso y se detuvo en un aparte, invitándome a hacerlo a mi también. Aún transmitiendo impaciencia, me habló con mucha calma y con voz dulce. Con el tono que se emplea para decir algo que es inusual.
Entonces, así sin más, me preguntó:
- ¿Por qué no miras a los ojos y a la cara cuando hablas a la gente o cuando las personas te hablan?
Y, probablemente por vez primera, miré su cara al hablarle (cara que conocía de memoria) y le contesté.
- No lo sé, Nieves. Nunca me lo había dicho antes nadie y yo no me he dado cuenta.
Sentí, avergonzada, como toda la sangre del cuerpo se me subía a la garganta y de ahí a la cara.
- Lo siento. Añadí. Compungida, con esa pena de descubrir la ignorancia propia ante lo que parece obvio.
Después, caminábamos. No hubo mucho más que decir aquella tarde.
Desde ese día, no sin muchas dificultades, cada vez que me acordaba (cosa que ocurría casi todo el rato), intentaba poner en práctica el ejercicio de mirar a mi interlocutor.
Al principio, por el hecho de pensarlo, me bloqueaba.
Hasta que ese agobio se fue diluyendo y convirtiendo en un aprendizaje. Sin metas.
Hoy, me complace mucho mirar al conversar, pues el rostro dice todo lo que la boca calla o tergiversa o miente. Sobretodo los ojos, que son la luz del alma.
A veces aprender es plantearse o despertar en otro la pregunta adecuada. Desde el fondo del corazón. Y desde el instante mismo en que ésta se formula, lleva de su mano y provoca la alquimia del cambio.
A veces, nuestro ojos no nos muestran lo importante, pues están mirando a otra parte. O pensamos que lo que vemos es lo adecuado, de manera errónea.
Pero siempre hay otros ojos amigos que nos iluminan el camino.
Yo soy muy afortunada. Una ignorante afortunada.
A veces, es la nieve, que mantiene su firme estructura y destella en medio del estío.
Ahora, me volvió a pasar, se me volvió a revelar de nuevo cosas importantes que ignoro.
Y en estos instantes siento el desasosiego reciente de descubrir los errados pensamientos.
Más con calma, continuo. Encuentro el camino y aprendo.
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