lunes, 14 de marzo de 2016

La casa no está vacía

La casa se había quedado vacía sin sus espíritus.
Una lenta pátina de olvido se obstinaba en borrar los pliegues, los jirones de emociones que lo impregnaban todo.
Más, la corriente generosa de la luz, alentaba a continuar. A descartar como una posibilidad el abandono.
Vivir es aceptar que las cosas siempre mutan y son de otras maneras.
A veces, en un ritual de unión, se recupera el tránsito fluido de los diferentes estados.
Otras casas, se quedan paradas. Como el reloj que marca la última hora del pulso, del que fue amable compañía.
Algunos de los fundadores de estas casas, son muy viejos. Dormitan, hoy, reunidos en extraños ámbitos.
Fueron los constructores de este tiempo, el tiempo que recorren nuestros caminos maduros.
Alcanzaron, con su esfuerzo, cierto grado de esplendor, ese que ahora les es vedado por sus mentes y sus cuerpos. Por un sistema que le da las espalda a las personas que no son alimento para su despiadado provecho.
Atrapados. Dentro de un bucle de dolor y soledad.
Atrapados, muchas veces, en los límites de su cuerpo lleno de herrumbre.
Cabecean, con insistencia, más cerca del insistente sueño que de la vigilia. Un ensayo insistente del que será el sueño eterno.
Desarraigados de sus calles y sus casas, ahora vacías. De sus referentes, de sus quehaceres. Muchos han perdido la alegría de la vida. Y de forma inconsciente los dolores de su cuerpo y de su alma son la única manera que encuentran de relacionarse con el mundo.
Cuando los veo, reunidos en multitud, en esos amplios espacios comunes, diseñados para la ocasión, siento como me atraviesan fragmentos de su angustia, que es mi angustia. La terrible soledad de sentirse tan invisibles entre tanta gente.
En la cercanía de sus cuerpos gastados, tras esos ojos llorosos, hay historias arbóreas de historias, ricas en frutos. Hay una llama que da lumbre al hogar de la Vida.
El tacto recorriendo sus surcos. la inspirada paciencia para sentir, los besos y los abrazos en el alma la avivan.
Somos los constructores de los constructores. Desde el instante en que se plantan los pies en el suelo, al volver del sueño más profundo.
Con la certeza en las manos, de un ocaso mejor,



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