Un pijama blanco, con muchos trenes. Quizás, fueron la representación augur e inexacta de todos esos otros que tomé, mucho
después. Por el mero hecho de desplazarme. Sin llevarme a ninguna parte.
En la insólita estación de mi cuarto, iniciaba el tránsito a
los aledaños del sueño. Grave ejercicio
de concentración, inmersa en un microcosmos dominado por el ruido y el
estruendoso drama ante la más mínima contrariedad, en la cotidianidad del hogar.
Pero, soy constructora del silencio.
Al acostarme,
desplegaba sobre mi cuerpo las faldillas de cubierta de mi nave y hacía recuento
de todo lo acontecido durante el día. A continuación, desplegaba mis
majestuosas velas y me hacía a la mar, que había al otro lado del muro de mi
testa.
Iba en busca del océano profundo. Acompañada de esbeltas
hadas aladas, de belleza impar y cabellos infinitos.
No era consciente, entonces, que cada una de sus gotas saladas
corre por mis venas.
Fue un brusco ir. Y venir. Y volver.
Una particular renuncia voluntaria del habla, reducida a lo
justo y necesario.
Así es que, por falta de costumbre, las pocas veces que
hacía uso del lenguaje, las palabras se asomaban a mi garganta a la par que un
sanguinolento músculo latiente.
Entonces, era emocionante: hablar. Para bien o
para mal. Nunca se sabe cuando se acierta respecto de los demás. Ahora, añado, ni falta que hace.
Es que esta mañana, me acordé de mi pijama blanco de trenes naranjas.
Pensaba en lo pequeña que era. En los
trenes que ya no cojo. En los que coge mi hijo, que tiene la edad que yo tenía entonces.
Pensaba en lo
hermosa que es la manera, en que en un mundo hostil, un hada de ojos dorados me crece
cada día con su amor.
Con su ilusión en los pequeños detalles.
Con cada una de
las muñecas recortables que me traía para poblar mi libro Cosmos.
Con sus
canciones.
Sus historias inventadas con chispas de alegría desde el desgarro.
Con sus excursiones por los tejados.
Con los gatos.
Con la perra.
Con
el corazón, abollado, pero cada vez un poquito más grande.
Volver. A aprender el silencio.
Esta vez sin pijamas. Ni ropajes.
Sólo al abrigo de tu piel en mi piel.
Y mi piel en tu piel.
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