Ocurrió que no podíamos dejar de hablar.
Una vez estuvimos dos días enteros sin dormir. Bebiendo, fumando mucho y hablando.
Historia tras historia.
Y creo que hubiésemos muertos exhaustos, en una conversación que no tenía principio. A la que decidimos ponerle fin.
Era un hablar viendo por completo el interior del otro.
Desde los labios. Desde el alma.
Como en un ritual, decidimos volver al lugar donde nos conocimos, para despedirnos.
Por fin, en silencio, nos sumergimos en la luz del sol. En un tiempo indeterminado.
Por vez primera, al levantarnos, nos miramos y sabíamos distinguir lo que es de lo que parece.
Hoy me he despertado con las sensación de calma de ese día. Con ese baño de sol.
Atracción fatal que no podía ser. En el instante mismo de producirse, el corazón se iba hacia otra parte.
- Concha, ¡no!
Me dijo un día que me acerqué hacia donde tú estabas, adivinándome.
Yo sólo quería vino.
Y tú, te colaste en mi copa.
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