En los surcos gastados de mi rostro. De semilla plenos.
Más no me hallarás en los vaivenes cambiantes de los deseos ajenos. Se deslizan en mi piel como una red evanescente. Y no los quiero.
Y los noto. Y si me elevo, los sacudo.
Cómo aceptar un tiempo que no te corresponde.
Es un saltar de subterfugio a subterfugio.
Es construir un dentro dentro de otro dentro.
Me pregunto que hacer con este vasto espacio vacío que me acontece.
Ignoro cómo ha ocurrido.
Es mi mente.
Mis pulmones.
Mi cuerpo entero.
Es todo pequeño. Pero todo tiene cabida. Bueno, casi todo.
En los niños está la respuesta.
Ellos saben.
Sólo quieren que les escuchen.
Los besos y los abrazos.
Su lenguaje son las canciones.
Y de manera permanente construyen sus sueños.
Sus ojos son aguas tranquilas.
Perfecto espejo dónde mirarse.
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