Era una tarde suave y soleada de paseo.
Caminábamos en compañía de unas amigas, mi hijo y yo.
Cada vez que hacíamos una breve parada, me detenía a mirar. mejor dicho, a escanear.
Tenía la manía de buscar tréboles de cuatro hojas. He encontrado bastantes.
Esa tarde, encontré dos. Mi hijo se enfadó conmigo, porque decía que él no había encontrado nunca ninguno y yo se los "gastaba".
Nos paramos a descansar un rato, en un banco corrido de piedra. Mientras, mi hijo se fue a buscar tréboles, seguro de que iba a encontrarlos. Apareció, al rato con dos, muy chiquititos.
Le ofrecí a mi amiga que se quedase con los que quisiese. Y ella, siempre sabia, dijo que no quería nada. Dijo, que simplemente le basta con saber que existen estas cosas.
He dejado de buscar tréboles de cuatro hojas. Y si alguna vez, me vuelvo a encontrar con alguno, lo dejaré en su sitio.
Después de lo vivido sé, que la confianza en uno mismo se construye con el esfuerzo y el trabajo bien hecho. No hay nada ajeno que buscar, que dirija esto.
Y si, lo extraordinario existe.
Pero no tiene nada que ver con la suerte.
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