Durante mucho tiempo, vagando por una indeterminación de la
existencia, millones de estrellas velaban y alumbraban mi camino.
En medio de una oscura zozobra, siempre encontraba tu rastro
en forma de pequeñísimas partículas de fino oro. Se mezclaban con mi presencia
y me daban aliento para continuar, cuando éste, estaba a punto de extinguirse.
Tu corazón encendió mi corazón, cuando se encogía por el
frío.
Tus pies eran mis pies, para anclarme a la vida.
Así, dentro de mí, sembraste tu semilla.
Y por vez primera me sentí mujer. En toda mi plenitud. En libertad. Contigo.
En la atracción irrefrenable de lo que nos diferencia,
llenas mi ser con tu ser. Hombre.
Extraño es el ser de la metamorfosis. Y compleja la
naturaleza de su luz. En un alto oscilar.
Un recorrido en el que la mente contiene todo el universo. Que se activa y se
interpreta en una sutil red de conexiones. Con la emoción de un momento que se
expande y se completa en sí mismo.
Creando, con la más etérea ingeniería jamás soñada, todo lo que habita
en los mundos.
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