Si pienso en cosas de otros, en otras historias como
espectador, me desplazo en la causa de mi ser. Me alejo de la tendencia natural
hacia la gracia. Pero, ahora, no voy a dispersarme más.
Es difícil mantenerse en constante crecimiento . Mucho.
Es nuestro origen y nuestro fin hacernos grandes en lo
propio, para llegar a todas partes. Pero se consigue.
Todo apego a ideas impropias, a objetos de dudosa utilidad,
a personas que nos quieren como ellos, es un quedarse en el reducto de lo pequeño.
Si se miran bien los pies,
se aprecian sus raíces. Y sus
alas.
Veo en los niños. ¿Por qué?.
Apenas aprenden sus primeras palabras, son un continuo interrogante.
Pregunta tras pregunta van creando su universo particular. Generan lo que les define.
Cada respuesta dada debería de ser la oportunidad para
reaprender cada concepto. Se debería definir
bien la respuesta, con propiedad. Los
conceptos son los ladrillos que van a configurar los orígenes de su pensamiento.
Y la garantía de la solidez del propio.
Los niños nacen ávidos de conocer. Son muy curiosos. No
tienen miedo, per se. Y entregan todo su amor sin condiciones.
Pero sobretodo, los niños saben.
Historias propias.
Ayer mi hermana estaba cocinando en compañía de nuestra
sobrina, Alicia de dos años. Y le preguntó, con ironía: ¿Alicia, tú no cocinas?. Y la niña
le contestó: No. No llego.
Eso es tener las cosas claras.
Llegar, ya llegará.
Lo más importante es
saber donde se está.
E ir construyendo.
Bien. El resto.
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