Nos dejábamos llevar deliciosamente por el sueño nocturno.
Su dulce voz compañera interrumpió el instante de la entrega para decirme:
-¡Qué bonitos son tus ojos!
Y yo, pensando en los de mi rostro, le contesté.
- Muchas gracias, amor.
Al escucharme, añadió:
- No me refiero a los de tu cara, aunque ésos también lo son.
Sus palabras son mi aliento. Y con su perfumado aliento, se respira mejor.
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