sábado, 25 de marzo de 2017

El descubrimiento del espejo

Era un día de clase, semejante en sus ritmos a otro cualquiera. La maestra, doña Filo, nos estaba explicando los conjuntos numéricos.
Para ilustrar el concepto nos puso como ejemplo de conjunto a todas las niñas que componíamos la clase. Para que entendiésemos los que eran los subconjuntos, nos pidió que hacia su derecha se colocasen las niñas que tuviesen los ojos oscuros y a la izquierda las niñas de ojos claros. Al escuchar su demanda me sentí muy azorada, pues no tenía ni idea del color que eran mis ojos, ni si eran claros u oscuros.
La clase rompió su calma y comenzó a atarearse en formar los subconjuntos.
Yo sin saber cual era el que me correspondía, permanecí inmóvil. La maestra, al ver que no me movía, me preguntó si me sucedía algo. Le contesté que no sabía de que color tenía los ojos. Al escucharme, se me acercó y me dijo, pues son verdes claros y me fui hacia la izquierda.
Las niñas cuchicheaban y se reían incrédulas. Sin embargo, a mi me importaba bastante poco.
Así es como a la edad de 9 o 10 años, al volver a mi casa del cole, tuve necesidad por primera vez de mirarme en el espejo. El hecho es que no tenía ninguna conciencia de mi aspecto.

Ahora pienso que al margen del espejo de mercurio, encontraba en mi entorno pocos espejos donde mirarme. Quizás es por eso que siempre me he sentido invisible.

Sea como fuere, soy hija de mi padre. El tampoco tenia una relación fluida con ninguno, la justa y necesaria para afeitarse por las mañanas y peinarse e ir con un mínimo de decoro por la existencia.

En casa, siempre había un espejo redondo de doble de cara, una de ellas con mucho aumento, ideal para maquillarse y depilarse.
A mi padre, le gustaba mirarnos cuando nos veía entregadas en buscar la imperfección mínima e intentar arreglarla, en nuestros rostros jóvenes y hermosos.
Se asomaba de refilón invadiendo nuestro espacio y se le iluminaba la cara con una sonrisa y decía:
- ¡Qué guapas os estáis poniendo!
Y con tono jocoso, añadía:
- Yo es que no soy tan guapo y no me miro ahí adentro porque soy muy "carón" y no me cabe la cara entera.

Claro.
Ahí queda eso. Te lo digo de cachondeo, pero te estoy diciendo la verdad.
Lo mires por donde lo mires, no hay rostro que quepa en espejo alguno.

Pocas cosas sé. Una de esas preciadas cosas es que mi padre fue una persona bastante inteligente.
Mantuvo intactos su ironía y sentido del humor hasta el final.

Muchas veces, me he perdido en las formas y en las florituras. Perderme para entender, quizás, que todo es más sencillo de lo que parece.

Decía, Alejandro de la Sota respecto de la arquitectura algo así como que la mejor manera de hacer arquitectura era no pensar en hacerla. Que nadie echó de menos en sus edificios la Arquitectura que no tienen.

De alguna manera, esto es extrapolable para todo, para la vida.
No hay fórmulas magistrales que la definan, ni se trata de demandar supuestas demostraciones que cuando uno se las encuentra de frente, se pierde en su complejidad y lejos de esforzarse en entender, decide hacer un auto de fe y creer.

Vivir. Como te le de la real gana, como quieras, respetando esa misma vida que vives y de la que formas parte.
Nadie, echa de menos lo que no fuiste, lo que no eres ni serás, pues sólo lo que eres permanece, es la esencia.


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