Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
Eduardo Galeano.
Según leo este "abrazo" de Galeano, recuerdo un día de visita a mi madre con mi hijo. Marcos se quedó mirando a un punto indeterminado y dijo, que la abuela y Sofía se parecían mucho.
Mi madre, sufrió un grave accidente vascular y ha perdido la memoria. Sofía es la bebé de la familia y casi que empieza a asomarse a esta tierra.
Las historias se suceden, pues a nadie pertenecen.
Yo no sé si eso es la perfecta felicidad.
Lo que experimento junto a ellas es algo muy precioso. Es que sin la participación de la memoria, el lenguaje del amor fluye a raudales. En cada gesto de ellas, se manifiesta en toda su pureza.
Coexisten muchas realidades distintas dentro de cada ser. La felicidad es lo más próximo al orden y la armonía de todos los aspectos latentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario