lunes, 27 de marzo de 2017

Al abordaje

Se cruzan con una incómoda frecuencia en tu camino, o tú en el suyo, lo de la pertenencia importa un bledo.
Hablo de esos seres opacos y densos, cuya relación con el prójimo podría reducirse al concepto de "vine al mundo a dar por saco, porque de algo hay que morir".

Si los veo venir con antelación, se enciende rápidamente en mi mente el instinto de supervivencia. Con suerte, encuentro una intersección próxima de calles y me desvío evitando el suplicio.
Dios lo propicia y yo no lo permito.
Uf, ¡pero qué poco dura la alegría!

Ocurre que, las más de las veces, más que andar voy volando, mirando la bóveda que nos guía y protege; así es que me suelen pillar estos personajes de sopetón, con una cara de susto in-disimulable, delatora de la presa fácil que soy. Me noto mis piernas, tirando de mi para atrás y en un instante se activa su mecanismo de hablar.

El guión del encuentro es sencillo, previsible hasta la nausea:

- ¿Qué tal?, ¿cómo estás?
-  No sé, dímelo tú que ahora mismo soy tu espejo, pienso.

No merece la pena entrar en detalles de la continuación. Da igual lo que contestes, pues el personaje una vez ha logrado detenerte, vomitará una serie de sandeces y prejuicios que a nadie importan. Cuando se quede satisfecho, sin el más mínimo rubor ni piedad, se irá por donde ha venido.

Y tú te quedarás aturdido, pensando que no te habías planteado nunca postular para ser mártir; diciéndote lo que no has sido capaz de decirle a esa persona: déjese usted sus bucles en casa y no me refiero precisamente a los del pelo.

Los últimos encuentros que he tenido con algunas de estas gentes, me he ido dejándolos con la palabra en la boca a las bravas o diciendo una "bordería". Me parece que me estoy empezando a curar.

Hay muchas cosas que se deberían de purgar a solas, en la intimidad. Limpiamos nuestro cuerpo, execramos los humores y, también, se debería lavar la suciedad que hay en la mente.

Será por eso que no sabiendo que hacer con toda esa des-información (pero que el instinto sabe que sobra) se vierte sobre los oídos o los ojos del otro.
Pero como se vuelve a volver a formar, casi instantáneamente la imagen de lo mismo, se convierte en círculo sin fin.
Todos lo padecemos en mayor o menor grado, excepto quien alcanza la santidad, supongo.

Nos pensamos muy avanzamos, pero estamos aún en el deshielo de la mente.

Uno de los trabajos con más empleos del futuro, mejor nos iría si fuera del ahora, debería de ser el de higienista mental.
Limpiar y reeducar.
Quizás, así, viésemos ese dentro, en el que realmente somos.





















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