viernes, 24 de marzo de 2017

Silencio

Debe ser eso evanescer, me decía.
Lo sentía esfumarse con la gravedad de una losa que cierra una tumba descuidada que jamás supo de flores, sin fechas ni nombres, de cadáver ausente, vacía, sin nada.
Me esforzaba en encontrar el olvidado conjuro que lo hiciera  aparecer entre las gentes, así de repente, por sorpresa, entre el zozobrar de mis pasos.
A veces, al pasear mi insomnio, confundía sus facciones en otros rostros y mi corazón, engañado por mi mente, se aceleraba. Me acercaba con sigilo, por si fuera verdad. Al verificar mi desatino, desaparecía el espejismo y caía presta con  mi decepción al fondo de una pena amarga.
¡Qué ilusa es la razón destemplada por el deseo!
Que difícil caminar con tan escaso descanso y sin sueños.
Era vagar con la ilusión hecha añicos.
En la vorágine de su silencio comencé a comprender la naturaleza de mi estado, de mi expresión ausente, de todo ese tiempo que había construido imaginando espacios imposibles, arrastrándome en total desgana.
Era la arquitectura efímera del absurdo.
Al principio, el silencio estaba lleno de ruido, de palabras sin control que se apoderaban en bucle de mi cerebro.
Pensaba el silencio en forma de omisiones.
Sentía el silencio como pequeños rincones que me atrapaban y aprisionaban.
Fuera de todo y dentro de mi, comencé a entender algunas cosas.
Era evidente que no cabía en su cabeza ni en su mundo. Ni tan siquiera en mi cabeza cabía, ni quepo.
Me agotaba en estirar el instante de una caricia furtiva, prohibida, en la que tampoco había lugar donde meterse.
Me asfixiaba sumida en una inercia de dolor, que se había hecho con el control de mi mente y de mi cuerpo.
Y así, midiéndome sin tregua con todos los no-es dimensionales imaginables, comprendía que había permitido encogerse y hecho chiquitita la grandeza de mi alma.
Y en un instante de un buen día, quizás mejor que muchos instantes por luminoso, entendí que no hay amor en aquellos lugares que al evocarse sólo nos llenan de tristeza.
Supe que el silencio no era suyo, ni mío. Era ruido sin nueces.
Así es que del silencio desposeído llega el verdadero silencio.
Es potencial en estado puro.
Es respirar siempre la calma.















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