El otro día estudiando sistema diédrico con Edu, me comentaba que cuando se le ocurre alguna frase ingeniosa duda de si se le ha ocurrido a él o la leyó o escucho en algún lugar.
Yo le contesté que a mi me pasa lo mismo y supongo que también al resto de las personas. A fin de cuentas en lo esencial no somos muy distintos.
La información, los datos viajan rápido construyendo hebras de tiempo.
Sea como fuere, saber expresar es un don.
Últimamente (no siempre lo consigo) indico la fuente si soy consciente de haber bebido de ella, si lo recuerdo. Mencionada o no, el código de la fuente original queda impreso en cada uno de nuestros actos. Viaja al margen de tu-es y yo-es.
Siento que escribir y hablar no dejan de ser actos en sí mismos. Otro asunto, el más complejo de todos, es la coherencia o correspondencia entre las palabras y los actos.
Lo que sí empiezo a sospechar es que a menos palabras y más actos, más se tiende al equilibrio. Equilibro inconcluso aunque se desee tendencia, en tanto que se pretende a partir de realidades fragmentarias y desiguales.
Muchas veces me entran unas insoportables ansias de hablar o de escribir y me digo a mi misma, anda mejor vete a escuchar un rato por ahí.
Eso mismo voy a hacer.
Irme a sentir la plenitud de esta preciosa mañana.
Y, si se tercia, también a por una tarde de sol, que diría Manolo.
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