viernes, 31 de marzo de 2017

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Yo sentía su eco lejano. Vibraba sutil.

Cerraba los ojos pero no lograba sumergirme en sus aguas.

Nada más relativo que lo obvio, o algo así, escribí una vez. Y ahora otra.

Es sencillo: ahí no estaba.
Escribimos para decirnos cosas, lo que necesitamos. Y luego, lo olvidamos, mirando en otras partes para intentar completar un puzzle que se nos antoja siempre incompleto.
Escribir es una ayuda. Pero al mismo tiempo si sólo es escribir te termina encerrando en una nueva burbuja.

Lo justo y necesario.

Me lo digo, y no me hago caso.

Aquí tampoco está.


Cuando desperté por primera vez me veía a mi misma como un fósil, una concha. Y muchas cosas más que dan para escribir varias bibliotecas, como a todos nos pasa sin excepción.

El fósil de la imagen es un pequeño trilobites, que alguien de mi familia trajo alguna vez, de ese mar antiguo que fue La Mancha.
Por aquí hay muchos fragmentos de memoria dispersos.
Siempre fue buen sitio para empezar

Ahora sé, que su eco no es el mar.

Acontecemos en un susurro, en beso siempre distinto directo al pecho, en  caricias galácticas, en orgasmos de mil flores.

Nada importa nada más.















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