Ella, vino a trasgredir los ritmos de nuestra vida una tarde de septiembre.
Era mi época de estudiante en Madrid.
Entonces, compartía piso con Ana, María y Toñi.
Memoración, llegó ese otoño, con su cara de nieve y un mohín de desdén.
Era una mujer que se pretendía etérea. Sobre-actuaba mucho y resultaba todo lo contrario: pesada hasta la asfixia.
Estaba como una cabra o a mi, al menos, me lo parecía.
No sé si por justificar sus excentricidades, su hermana Toñi, nos contó que su hermana era una persona muy especial. Por lo visto, siendo una bebé había dado sus primeros pasos en el aire, en levitación. Su madre, al ver a la criatura caminando por el aire, le pareció estar viendo a Moisés abriéndose camino en las aguas del mar Rojo.
Después de este hecho, la habían criado consintiendo todos sus caprichos, pues debían de considerar que era una elegida de los dioses.
Ella misma se jactaba de tener poderes psíquicos paranormales.
Yo, hasta la presente, no alcanzo a definir lo que es normal o no en la vida y, a estas alturas, ni falta me hace.
La convivencia jovial que existía antes de su aparición en escena, se convirtió en algo insoportable. Si bien, algunas veces, las situaciones tan surrealistas que su locura generaba eran muy divertidas.
Acostumbraba Memoración, a dormir hasta bien entrada la mañana, pues pernoctaba como un vampiro.
Se levantaba y comenzaba su ritual de purificación. Se lavaba el pelo, las manos y el cuerpo innumerables veces. Luego, desayunaba y salía a comprar el periódico, el Segunda Mano, para ver las ofertas de empleo del día.
Sí. También vivimos tiempos sin internet, ni teléfonos, ni aparato más sofisticado que la lavadora o la radio.
Por consenso, en esos años nunca tuvimos televisión. Para distraernos, en los ratos de ocio, escuchábamos música, o fumábamos sin parar entregadas a largas conversaciones sobre chicos, o lo que fuera que se nos ocurriese sobre la marcha.
Lo que más nos gustaba era hacer el bufón. Nos inventábamos personajes, o hacíamos parodia de algún profesor o alguien conocido. Y hacíamos una representación dentro de la representación de nuestra existencia.
Terminábamos muertas de la risa y diciendo que si nos iban mal los estudios podíamos dedicarnos al mundo de la farándula.
Aún recuerdo alguno de los personajes que inventamos. Se trata del viejecito que está a punto de fenecer, con la nariz afilada que procura al rostro la muerte inminente. Una de nosotras, hacía de viejecito y el resto eran los ávidos herederos. Con dificultad, el abuelito entre ahogos, intentaba decirles a los nietecitos donde tenía escondido su tesoro, Al llegar su último aliento, moría. Y se quedaban bien fastidiados los herederos, ignorantes para siempre del lugar de la fortuna.
Pues bien, a Memoración, nuestra alegría, nuestras risas, nuestras ganas, le molestaban, porque no se aguantaba ni ella misma.
Recuerdo una noche que me levanté sobresaltada, como un zombi, asustada por el sonido del centrifugado de la lavadora en medio de la madrugada. Me acerqué a ella y le dije que si no se había planteado que no eran horas de lavar, que algunas personas teníamos por costumbre dormir por las noches.
Al decirle esto, se sintió muy ofendida conmigo y dijo que no soportaba la dictadura a la que estaba sometida. Sin poder contenerme la risa delante de sus barbas (que bien largas las tenía), me dí la media vuelta y me acosté.
A la mañana siguiente, anunció su hermana, también muy ofendida que Memoración se marchaba.
Por fin.
Sólo hubo una ocasión en la que fuimos capaz de hablar compartiendo algo más que malas maneras.
Yo estaba en la cocina guisando unas lentejas y ella me observaba religiosamente.
Cuando completé todo el proceso y el guiso hervía, me dijo:
- Pues vaya, las lentejas no se cocinan así.
Yo le contesté:
- Según tu sabia opinión, ¿comos se supone que se cocinan?
¿O es que existe acaso una receta universal que es tu manera de hacerlas?
- Pues sí, añadió, pero ya con la semilla de la duda en el rostro.
Por unos instantes, se mostró receptiva conmigo.
Recuerdo que le dije que las lentejas se cocinan como somos las personas. Todos tenemos los mismos ingredientes, por muy exclusivos que nos pensemos, pero lo que nos diferencia son las diferentes proporciones de los mismos. Es sólo cuestión de matices.
Y mis palabras no debieron de sonarle descabelladas, pues por una vez, se calló.
A mi las lentejas, no recuerdo quien me enseñó a cocinarlas. Sea quien fuere y siendo como soy, me gusta guiarme un poco para después obrar a mi aire.
Memoración se fue. Pero ella permanece en mi. Sí, el nombre es importante, aunque sólo sea un matiz más.
De ella tomé la idea de Sanchica, que era como llamaba a Ana. Le decía, no sin falta de razón, que parecía una Sanchica, de tosca y espaldi-ancha.
De Memoración, Sanchica y del lugar, Estrella.