Leo.
Siento traviesas cosquillas.
Y de alguna manera , a través de las palabras que nacieron
de otra mente, me siento muy cerca de tu mente. De ti.
Pienso.
Naciendo, luego de la
muerte, para volver a la vida. Al instante. Ese único momento en que toda la
creación acontece en simultaneidad.
El resplandor de la grandeza.
El sentido justo del movimiento.
Paro.
Ahí siguen. Esas incógnitas que antes abrumaban. Se disipan.
Cada vez me suscitan menos interés los porqués. Esos que
lejos de cuestionarse nada como algo nuevo,
imponen su absurda lógica como respuesta.
Preguntas que desaparecen cuando se enfrenta el miedo que hay
detrás de las mismas.
Miedos que desaparecen cuando entiendes que no tienes tiempo
con el que ocuparlos.
Aprendo.
Pongo voz a los silencios.
El descanso a las palabras.
Atiendo.
Miro dentro de tus ojos.
Adivino los paisajes de la compleja geografía
de la vida. La que comprende tu viaje.
Iris de marcados senderos. A veces, con islitas de tristeza.
Se percibe el dolor compañero.
Se mezcla con la alegría de la orbe celestial.
Es la redondez de la existencia.
La gravedad. El peso.
Representados por los cuerpos que fueron y nos
dejaron.
Esas cosas que no dijimos. Lo que dijimos de más.
Aquello
que hicimos mal. Eso otro que obviamos.
Todo puede modificarse. Sólo hay que atreverse a seguir
construyendo.
Porque también sabemos hacer bien.
De obra y el pensamiento.
Llenamos los espacios con lo hermoso y lo bueno.
Abandonamos el miedo.
Aceptamos los errores necesarios.
Consciencia.
La llama prendida, para dar lumbre al camino que
queda.
Es lo más elevado.
Surtout.
La belleza desnuda es la maravilla del contraste.
El destello del amor brota, dibuja una dulce sonrisa. Saluda. Flota.
Continuidad.
Imagino tus manos sosteniendo
un libro abierto.
Se modifica toda la química de mi cuerpo.
Siento
las modificaciones físicas de tu mente en mi piel.
Modificaciones
que perforan el tiempo y el espacio.
Pendularmente.
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