Es una mujer de presencia discreta y muy menuda.
Al cruzarnos en la calle, la he rebasado sin reparar en
ella. Sólo he percibido los últimos sonidos de su adiós.
Entonces, si, he reconocido su dulce voz.
Me he girado y nos hemos parado. Le he pedido disculpas por
no contestarla al tiempo. Por el desfase, vaya.
Ella, se ha interesado por el estado de salud de mi madre. Justo, venía de visitarla.
A groso modo le he contado cómo se encuentra.
Mientras hablaba con ella, ha habido un momento
en que me parecía ver su rostro con una luz propia muy difuminada. Sin expresión de su edad. Sus rubios cabellos,
brillantes. Más, lloviznaba. Qué sensación más rara. Es un poco así como si la
viese como cuando éramos niñas. Pero no. No era una imagen de un recuerdo idealizado superpuesto. Es como
es ella: Maribel.
Hablábamos de la vida. De su hermosura, cuando la aceptas
como es.
Entonces, al despedirnos, ha dicho unas palabras que me han gustado
mucho.
Somos imperfectos. Por eso erramos. Por eso enfermamos. Por eso todo.
Somos imperfectos.
Chapeau!
Por eso, buscamos. Incansablemente.
Si por fortuna, encontramos la rueda que todo lo mueve, nos
fijamos en ella.
O dibujamos incansablemente círculos, con centro en el ombligo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario