viernes, 12 de febrero de 2016

En la calle real

Es una mujer de presencia discreta y  muy menuda.
Al cruzarnos en la calle, la he rebasado sin reparar en ella. Sólo he percibido los últimos sonidos de su adiós.
Entonces, si, he reconocido su dulce voz.
Me he girado y nos hemos parado. Le he pedido disculpas por no contestarla al tiempo. Por el desfase, vaya.
Ella, se ha interesado por el estado de salud de mi madre. Justo, venía de visitarla.
A groso modo le he contado cómo se encuentra.  
Mientras hablaba con ella, ha habido un momento en que me parecía ver su rostro con una luz propia muy difuminada.  Sin expresión de su edad. Sus rubios cabellos, brillantes. Más, lloviznaba. Qué sensación más rara. Es un poco así como si la viese como cuando éramos niñas. Pero no. No  era una imagen  de un recuerdo idealizado superpuesto. Es como es ella: Maribel.
Hablábamos de la vida. De su hermosura, cuando la aceptas como es.
Entonces, al despedirnos,  ha dicho unas palabras que me han gustado mucho.
Somos imperfectos. Por eso erramos. Por eso enfermamos. Por eso todo.

Somos imperfectos.
Chapeau!
Por eso, buscamos. Incansablemente.
Si por fortuna, encontramos la rueda que todo lo mueve, nos fijamos en ella.

O dibujamos incansablemente círculos, con centro en el ombligo.

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