Anoche, en la cena, mi hermana me decía un poco perpleja que todo esto que está ocurriendo le parecía irreal. Como una especie de ensueño.
Mientras ella hablaba, me imaginaba la línea que hay entre dos estratos de terreno. El registro indeterminado del silencio. Donde, justo, se concibe y genera toda la metamorfosis posterior.
Con cierto apuro, me contó que había soñado la noche anterior que yo había muerto. Se enteró porque se lo habían dicho nuestro padre (ya fallecido) y nuestra madre (que no puede hablar).
Extraño.
Dicen que cuando alguien sueña que te mueres, si te lo cuenta, te alarga la vida siete años más.
No sé porqué me acordé de las siete vidas del gato.
Estuve a punto de decirle a mi hermana, que lo cierto es que ya estaba muerta, pero también viva, a la vez como el gato de Schrödinger. Exactamente desde el 25 de noviembre de 2014.
Me contuve. Bastante tenemos cada uno con lo nuestro.
Le comenté que la muerte en los sueños es un mero símbolo y no suele significar necesariamente la muerte del cuerpo físico. Representa cambios importantes.
- Ojalá sea eso, contestó, y encuentres pronto trabajo.
Los sueños.
Allí donde la mente se expresa libremente, construyendo, siempre imposibles que son reales. En el sueño.
En el silencio de dos estratos o superficies continuas, la realidad se hace múltiple y se torna con cualidades oníricas.
Los ensueños.
Anoche, ensoñaba que era un niña. Me lo decía a misma desde mi conciencia.
Por mi manera aparentemente ingenua de ver el mundo. Y si: por fijarme en el lado bueno de las cosas y centrarme en él.
Lo hago, precisamente, porque conozco el otro y es el puto infierno.
Bendita niñez.
Ahí termino estas líneas, con una instantánea de la niñez.
Jose, Conchi, Rocío, Juli y Cayo.
Soy esa niña, pero no soy ese instante
¿O si?
¿Existe sólo la luna para quien la observa?
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