domingo, 7 de febrero de 2016

Abuela diosa

El viento azota con furia las superficies que toca.
Trae consigo un frío de nieve. Un eco de un invierno que no es.
Momento de placer, ponerse a resguardo, al calor de la atalaya.
En esta soledad calmada que precede al sueño.
Él duerme.
Me ha traído de vuelta. Con su ángel y dulzura.
Llama a mi madre la abuela diosa. Dice que gracias a ella, ni él ni nosotros, somos espacio o vacío.
Agradezco su cansancio y su urgencia por venirse a casa. Tampoco terminaba yo de sentirme a gusto.
Se me ha olvidado como es esa cosa de salir.
Miro a la gente y es como si a todos nos hubiese pasado por encima el programa del tiempo, ese que envejece las facciones. Y sin embargo, todo pareciese querer ser igual que siempre, negándolo. El tiempo.
Los mismos personajes. Las mismas poses. No sé.
Al menos no me genera ya desasosiego, esta sensación.
Simplemente, no me interesa. Y nos vamos. Nos venimos.
Pienso, que he quemado tantas noches que no recuerdo haber guardado ninguna en la recámara de los por si acasos. Así no. Además, ya no fumo. Ni siquiera queda el placer de ese último pitillo de madrugada, antes de rendirte al sueño.
Mejor yacer, entre las sábanas.
Desnuda, en la suavidad de un buen libro. Abierto, entre las manos, apoyado en el pecho.
Al ritmo de la respiración, Adentrarme.
Y encontrarte.

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