lunes, 8 de febrero de 2016

Piedra de fuego

En un pasado remoto, hubo un tiempo en que interpretaba el mundo de espaldas a lo que éste emana.
Sin mirar a esos ojos, que silentes,  escuchan la música modelada con las manos.

Cada mañana, la existencia se desplegaba en mi frente con todo el color de su encanto. Más anclada en mi limitado pensamiento, sólo me percataba de las ausencias.
Pues pensaba las cosas tenían que continuarse para mi goce, per se,  durante un tiempo indeterminado. Más en inactividad, desaparecían.

Ocurrieron los momentos de fuga continuada. Hasta que no quedo  nada. Ni nadie.
Ni instrumentos. Ni espectador. Ni intérpretes. 
Al morir su aparente perpetuidad. Todo paró
Perdí la fugacidad de unos rostros en los que nunca me detuve.

Entonces, no era consciente de ser el artífice de cada punto que configura la curvatura invisible del espacio. De ser cada célula bulliciosa, que vibrando en lo más alto, configura la vida.

Aun no había gustado el sabor de la fuerza de la clave de tu cuerpo. 
Piel de mi piel. Calor de mis entrañas. Aire de mi vuelo.

Aun no. 
Hasta que fue. 
Y es. 

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