La vida es generosa.
Lo es en el sentido que genera a partir de lo que destruye.
Y, si, es bonita. Sobretodo, cuando tiene a bien juntar la trayectoria de dos almas que amplifican su resonar con tan sólo mirarse.
Así, es como nos empezamos a conocer. Y nos parece una recíproca casualidad.
Ese "on" que se enciende al abandonarse a los instantes de una mente que se abre y a la que te abres. Como por obra de un sortilegio, conecta contigo.
Esto, sucede, con una sutileza tal, de la que ignorabas eras capaz de llegar a percibir.
No hablo de confidencias de pasar el rato.
Sino de una sabiduría latente, ancestral que se proyecta más allá de los contornos del yo y que constituye el tejido de las células mentales del aprendizaje.
Un "no se qué" que ronda el pensamiento y con fluidez, descubre su continuidad en el otro. Es como si tu propia actividad mental tendiese los puentes en el vacío necesarios hasta encontrar "per se" los adecuados puntos de apoyo para crecer, en momentos muy contundentes.
Es la sensación de transportarse en los pensamientos, como se mueven esas arañas que viajan pendiendo de un hilo que aparece como por arte de magia en mitad de la nada y se enreda en tu pelo.
Se abre paso, tu "no se qué" al otro lado, a los otros y ese "no se qué", comprendes, que ni tan siquiera es cosa tuya en exclusiva, que no es de nadie.
El mundo de las ideas. El universo de las angustias, los miedos, las dudas, el placer, los pesares, las alegrías...Son para todos los mismos. Es lo mismo. Existen sus particulares matices, en ese invento de continuidad que se llama hombre. Los matices son las diferentes historias de cada ser.
Todos gustamos de leer historias, de sentirnos dentro de otros avatares. Y, también, nos gusta contar historias. Describir y descubrir sensaciones y sentimientos. Quizás sea para no sentir la soledad de una especie que, pudiendo ser dioses, es libre de condenarse.
Aún se siente el rumor del dong del amor primigenio.
Y resuena su diversidad vibratoria dentro de cada una de sus criaturas.
Escucha...
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