domingo, 13 de diciembre de 2015

Por dónde entra la cigüeña de París en casa

Era una tranquila tarde. De hace unos días. Anochecía. Hablábamos de varias cosas, que ahora mismo no recuerdo.
Lo que si recuerdo perfectamente es su expresión y la sensación.

Se acerca a mi con los brazos extendidos, abiertos, para que lo reciba en mi regazo y me dice:

- Mamá: gracias por crearme.

No he podido quedarme más sorprendida, desde entonces.

Sólo acierto a decirle:

- No hijo. Gracias a Ti, por elegirme como madre.

Y cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que es así. Aunque pueda parecer que no tiene mucho sentido lo que digo.

Me he quedado unas horas, considerando si continuar escribiendo sobre esto. O no.

A veces, esos pensamientos que se tienen, de alguna manera se quedan, así en suspenso, parece que viajan de tu mente o otra mente. Cercana.

Digo esto porque ahora, justo hace un rato, me pregunta Marcos que qué quiero ser de mayor.

Yo le contesto varias cosas, respuestas que no parecen convencerlo nada. Y me dice:

- ¿No quieres ser algo así como madre?

- Claro, hijo, le he dicho.

Aunque, en realidad no le he contestado.

Sé que ser madre es serlo a cada instante.

No puedo contestar a la pregunta de mi hijo, con palabras: éstas se quedan vacías u huecas, según las escribo.

En realidad sólo puedo contestar a esta pregunta siendo una buena madre.

En cada momento.
En cada lugar.
Incansablemente.



Él, es y será siempre el más hermoso y preciado don del cielo.













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