martes, 1 de diciembre de 2015

Pan recién hecho.

Por las mañanas, a veces, me gusta meter la nariz entre su nuca y las sábanas, justo donde nace el pelo. Ahí, huele siempre a pan recién hecho.
Marcos, es un ser extraordinario. Su sensibilidad es fuera de lo común.
Para cualquier cosa que sea de su interés, pero sobretodo para las personas.
En cuanto detecta la más mínima fisura en mi compostura, se preocupa mucho y quiere siempre ayudarme. Cómo si no lo hiciese, a cada instante.
Anoche, decía que el hombre es grande y es pequeño a la vez. Es grande si se le compara con las células y pequeño respecto del universo. Pero que en realidad no es muy diferente de una hormiga, que es, a su vez grande y pequeña como el hombre.
Él es, en cierta manera, un pequeño gran filósofo.
Adora las matemáticas. Y hay momentos en que se puede tirar horas y horas haciendo operaciones y agrupaciones que él solo entiende.
Le regalas un libro o cuadernillo de matemáticas y da saltos de alegría. Ver para creer.
En sus grandes ojos habita toda la fuerza y la alegría del mundo.
Es mi compañerito en esta vida.
Recuerdo que la primera palabra que aprendió a decir fue "no". Ni papá, ni mamá, ni agua, como suele ser usual. Era una sucesión de noes rotundos. Que irónica es esta vida: justo la palabra que me ha costado a mi aprender a decir tanto.
No me gusta, demasiado, utilizar adjetivos para con las personas.
E intento evitarlos.
Podría hablar una vida de cada fracción de la suya y es seguro que no le haría justicia.
Espero que se mantenga siempre como la inagotable fuente original que es.
Hace unos años pidieron en su colegio que definiésemos a nuestros hijos con algunas breves palabras. En aquella ocasión, escribí que Marcos es la alegría de vivir.
Ahora, quizás diría, que es un pacífico guerrero, si eso es posible.


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