sábado, 12 de diciembre de 2015

A veces, se enciende.

De niña, siempre andaba cantando por la casa.
A viva voz. Ni tan siquiera era consciente de ello. Sólo paraba cuando me tiraban las costillas, si llevaba muchas horas. Y ya, por fuerza, paraba.
Un día de verano, estaba haciendo la comida del mediodía. Mientras, cantaba. Quizás, hondamente.
Era cada una de las palabras y de las notas, esas que canto y que no sé representar.
De repente, noto la presencia de mis padres, que me miran con una cara entre felicidad y admiración.
No dijeron nada. tampoco hacía falta. Era el momento.
Paré. Mi padre, me invitó a seguir. Él también cantaba bastante bien.
Pero ya no me salió igual: con la voz al borde del llanto por la emoción.

No sé en que momento dejé de cantar. Como tantas otras cosas que abandoné y en las que soy yo plenamente.

Ahora, empieza a sonar de nuevo música en mi. Es distinta. Me sorprendo. Es una sensación rara.

Pensaba, estos días, que necesito recuperar el sentido de las palabras.
Pensaba que no estamos aquí para recibir instrucciones de nadie.
Ni para fagocitar las palabras.
Sinaptarlas, si acaso.
Regenerarlas.
Cantarlas.
Pensaba que comenzamos aprendiendo con un cerebro primitivo, para después, desaprender bajo la batuta propia. El verdadero aprendizaje, comienza desprendiendo lo aprendido al pasar por el filtro de lo que se es, para crecer la inteligencia.
Es una ardua tarea. No tiene reglas que sirvan para nadie, sólo las propias. Se descubren para poder evolucionar.
Ahora lucho por deshacerme de muchas cosas. La limpieza interior es la más difícil, pues hay trozos que se arrancan y dejan heridas.
Pero ahí están las canciones, para hacer todo más liviano.
Las canciones.
Con mi cassette de un lado a otro de la casa.
Los libros.
El sueño de mi barco con el que atravesar el otro lado.
Quizás, no es tan difícil, saber.
Somos sistemas abiertos.

Y ese día cantaba. Para sus ojos.
A veces se enciende.
A veces se apaga.

Y canto.
A tus ojos.

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