lunes, 7 de septiembre de 2015

La furia

Esta noche me desperté en medio de la tormenta.
Era el relámpago. Y después, el trueno y el azote de la lluvia.
Vida mi cuerpo tendido, junto al de mi hijo iluminados brutalmente.
No sentía miedo.
Era la furia. El grito exhalado al cielo, que estuvo contenido demasiado tiempo.

La melancolía hoy se ha instalado un poco, en las cuerdas del interior de mi garganta.

Quizás, estoy empezando a entender por qué me cuesta tanto trabajo contar historias.
Demasiado tiempo inmersa en retazos de vidas ajenas. No era consciente de la mía.

Desde hace meses, no era capaz de empezar un libro y terminarlo en orden.
Hoy, por fin, lo he conseguido.

Un extraño libro. No sé si lo entendí bien. No sé si la traducción era adecuada.  No importa.

De él, en particular estas líneas, resuenan en mi:

...el maestro había dicho que dos líneas paralelas jamás se cruzan. Se miran la una o la otra y siguen su camino, pero nunca se cruzan. Luego, recordó el apéndice de su teoría, que afirmaba que dos líneas paralelas sí se cruzan en un punto sin nombre, en un lugar sin nombre del espacio. Se le alegró el corazón.

Y a mi, al leerlo.

El libro es  La canción del atardecer, de Siddharth Dhanvant.

Esta mañana, he recuperado a ratos el olfato. Perdido desde hace mucho tiempo. He podido oler los matices de mi nueva casa, apreciar los rincones de la piel de mi hijo. La mía propia.

Buen presagio.

Vuelvo a mi instinto.

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