Se le vaciaba la vida y se llenaba de amor.
Siempre estuvo ahí, pero ahora en esa irrealidad onírica que configuran los imprecisos bordes de la muerte, en esos sístoles de conciencia se manifestaba.
Y él, quería aferrarse a la materia que tanto dolía. Sin entender, que poco a poco era él mismo el pleno amor en que se diluía.
Y después, nos acercamos a atravesar encaladas tapias, horizontes ortogonales a los altos cipreses. Con todo el ser ausente, dentro.
Así, esa osamenta que visitamos, esas manos que apoyamos en la fría lápida, es solo el continuo recordar de lo que somos.
Vamos quizás a descargar ese dentro a la superficie, sin saber muy bien que ese acto es sólo una intersección en forma de caracteres.
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