lunes, 12 de septiembre de 2016

Trilobites

Ocurrió.

Si es que ya no quiero sufrir más.

Es que no quiero un amor de remiendos y de sentimientos fósiles.

Entendí que todo este torrente de lágrimas, que parecía no tener fin, arrastraba de muy dentro todo aquello que no se había manifestado.

Era un sentir de un tiempo que ya no existía, que me parecía a mi que acontecía en este tiempo presente. En la mente, no existe el tiempo. Pero con el pensamiento nos desplazamos al pasado y al futuro con demasiada frecuencia, porque para eso es el pensamiento.

Al principio, lo sentía como una descarga eléctrica de efímera felicidad. Ésta se desvanecía al mismo ritmo con que dejaba de fijar mi mirada en el devenir del cielo.

Entonces, empecé a intuir que el sentido de la visión, quizás, no se encuentre en los ojos. Es decir ves con los ojos (en los ojos está el de la vista, claro), pero con ellos seleccionas, para poder ver de veras o visionar. La vista es como una proyección que te ayuda a conocer que es eso que tienes ahí dentro y que necesitas descifrar para avanzar. Piensas que ves lo de fuera, pero en el fondo es la misma cosa que tú, eso que ves.

Pues bien, esa incrustación que adoraba, es una especie rara de trilobites que me acompañaba, muy dentro de mis estratos, a todas partes. Casi en todo momento. Me había acostumbrado tanto a su compañía que creía que formaba parte de mi.
Ahí estaba: cada vez más momificado. Exento de vísceras con las que sentir pasiones y de vida (al menos animal) para manifestarla.

Había hecho un centro existencial de una adquisición arqueológica. Así andaba, en el paleozoico de mi ser. No sé porqué motivo pensaba yo que iba a devolverle al animal las ganas de vivir. Conmigo. (Si: esas cosas absurdas que a veces se piensan)
Cuando sabes que no, inevitablemente lloras.
Mares si es necesario, hasta dejar al descubierto la verdad.

La verdad es que me anclaba a lo que pensaba que me liberaba. Eso es: lo pensaba. Y no me permitía sentir, sentir en presente.

Lo que me llegaba, era un sentir con desfase, ficticio, condicional, primitivo.

Pienso demasiado. Y me lastra el pensamiento. Y me estanco. Y me muevo en las mismas irreales aguas una y otra vez.



Ahora: De cuando siento.

Respiro. Me abstraigo.

Ocurrió. El hartazgo. El empacho.

Me dije a mi misma  que para qué quería ser importante para ti. En realidad, qué necesidad hay de ser importante para nadie. El caso es que da igual.

Hálito de fuego fugaz en una brizna de barro. Ser. Aquí.
La ocasión pasó. Por fin lo acepto.


Es el momento de cuidar de mi misma como lo más importante.

Esa importancia deseada, la de serlo para otro, quizás fue sólo el leve resplandor de los dedos queriendo tocar el sol.

Nec pluribus impar.

Cuidarse para poder cuidar: de los hijos, de los hermanos y de los mayores.

Al aceptar, al soltar desaparece el sufrimiento.

Que artificios más raros construye la mente, para sujetarse un poco mientras cae y amortiguar el golpe. Aunque empiezo a sospechar que el ascenso y la caída son una invención más de parejas de contrarios para aprender la gravedad de la vida.

El golpe no es tal. Es impulso. Es cambio.

Sé que puede danzar en la delgada línea del trapecio, más que sin red.

En la verdadera vida no se piensa en la inevitable caída. La vida se vive, sin más.














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