martes, 20 de septiembre de 2016

El síndrome del transeúnte

El hombre de hoy no habita porque no tiene tiempo. Corre sin parar y para sin razón. Porque no para porque quiere sino porque espera. Y espera correr más. Es decir, que corre para parar y para para correr. Cuando no corre, vuela, o mejor es llevado en un vuelo, en volandas.
Corre y vuela, pero sobretodo no para de parar. Lo grave de todo esto, lo penoso, es que este tiempo que invierte, tiempo de correprisa y de parada impaciente, no es suyo, no lo posee. Lo ha cedido para llegar a tiempo. A su tiempo, porque supone que, cuando llegue, el tiempo será suyo lo recuperará.
Es una inversión. Y acerca de una inversión procede preguntar, ¿es rentable?. Porque, en tanto que llega, pierde el tiempo. O al menos cree perderlo y, porque lo cree, lo da por perdido y lo pierde.
El hecho, en todo caso, es que para ganar tiempo lo perdemos.
Y es el caso que pierdo el tiempo para no tardar, pierdo el tiempo para ahorrar tiempo.

Supongamos ahora que hacemos al revés. Vamos a invertir el proceso. No quiero llegar a todo trance: llegaré cuando llegue. Como Miguel Ángel: lo acabaré cuando lo termine. Más quiero tardar, y para tardar me pongo en camino a mi aire y con mis medios. Camino a pie, ni ruedo ni vuelo. Sólo camino y voy despacio. Despacio ¿os dais cuenta? Despacio es de espacio. He recuperado el espacio pero es que cuando doy espacio al espacio doy tiempo al tiempo. De -spacio es con -tiempo. Y ese espacio y ese tiempo de mi camino son míos. Porque, caminando despacio y con tiempo, pienso y percibo, me apercibo y ejercito, en una palabra: vivo. No se me derrama tiempo, ni una gota. Todo él es mío, es mi tiempo y mi tiempo va conmigo. en lugar de abreviarlo, perdiéndolo, lo dilato y dilatándolo lo gano. Mi hora viene a ser la hora cúbica de la que hablaba Unamuno, la que tiene, no sesenta, sino sesenta por sesenta por sesenta minutos cúbicos. Y cómo cunden los cuarenta y seis mil seiscientos cincuenta y seis mil millones de segundos de una hora cúbica.

Tardo. Pero el tiempo que invierto no lo vierto y derramo, sino que lo rentabilizo viviéndolo. ¿Qué hago menos cosas? claro que hago menos cosas pero las hago más a fondo y mejor. Lo que hago, aunque poco, lo hago realmente y, una vez hecho, está realmente hecho.
Porque en ese andar peripatético, desde Aristóteles sabemos que se piensa bien andando, mis entendederas entienden, mis sentires sienten y mis quereres quieren. Ando en estado de vigilia, alerta, ando despierto y ¿no es verdad que vivo más cuando ando despierto que cuando vuelo, no ya dormido, que dormir es una bendición, sino aletargado e ido?

El viandante saborea su tiempo y guarda el fruto de su tiempo porque anda el camino. al transeúnte el camino se le escapa, porque pasa de largo. Pasa sin saber. Pasa para llegar.
Transeúntes, e impíos, fueron el sacerdote y el levita de la parábola, sólo el buen samaritano era viandante y piadoso. Y sabio, el viandante sabe habitar. El transeúnte lo ignora.
El hombre actual padece el síndrome del transeúnte.
El hombre de hoy no habita porque no está donde está.


Joaquín Arnau Amo

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