miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nothing is for ever

¡La cima del mundo que fue!
De mi pequeño mundo de cartón pluma. Un mundo construido de puntillas, a base de inocencia desencuentros y demasiado corazón. Nunca es demasiado, decía para mis adentros.

Y llegaste tú, viniste a formar parte de un mundo que dejó de ser mio y se convirtió en cosa de dos. Sí, de dos.

Habré pasado por aquí cientos de veces, es posible que incluso miles. Ésta, es la primera vez que lo hago contigo, en este acto simbólico de despedida.
Pues ahora sé que la cima, el techo del mundo se alcanza cada vez que una madre toma a su hijo en sus brazos y lo aúpa en su regazo como a un dios, es un dulce ascenso compartido.

En una de esas veces que subía estos peldaños lo noté. Fue tras rebasarlo,  iba con su deseo tirando de todo mi ser hacia donde él estaba.

Aún eres muy pequeño para comprender estas cosas, pero has de saber que el deseo es como una corriente cálida e invisible que se percibe y se nota por todo el cuerpo, esponjándolo, volviéndolo leve, haciendo pasar a la mente a otro plano de la realidad donde cada milímetro de la piel siente. Y cada sensación de cada milímetro de piel es, a su vez, distinta.

Pasaba todos los días por delante de él. Él, pretendía mantenerse a resguardo con el rostro sombreado y protegido por el ala de su sombrero.

Y notaba su deseo.Y cada día ascendía la escalinata a la vez que la ola de mi deseo inspirado en el suyo,  para después continuar mi camino y sentirme en la cima del mundo.
Cada día, representaba mi papel, me mostraba impasible, como si fuese una estatua que atravesase un desierto, sin que se pudiese notar en mi gesto alguno respecto de lo que sentía.

A veces es tal la intensidad del placer que proporciona una situación determinada, que parece ser innecesario el paso siguiente.
Lo que no sabía entonces, es que caminar hacia atrás, también  es una manera de vivir la  historia propia. Y así hube de andar mucho tiempo, a paso de cangrejo desde un lugar de encuentro hacia el abismo que conduce a la nada del ser.

La ocasión planeaba en el aire, mientras se colocaban las piezas del puzzle de la trama de la vida.

Y la ocasión llega. Inevitablemente.

Había sido un día fatal. De esos días que tu cuerpo no puede sostener su ánima y sólo pensaba en que llegase rápido el momento de esconderme debajo de las sábanas.

Al pasar por su delante, él me dijo que si quería que me recitase una poesía.
En un primer momento hice como que no escuché,  continué mi camino y avancé bastante. Más en contra de lo que yo misma hubiese esperado como reacción, giré, di media vuelta hasta llegar a donde estaba y le dije:
- Vamos, quiero oír esa poesía.

Así es como comenzamos a conversar.
Desde ese momento, compartimos muchos buenos momentos más, muy hermosos momentos.

Sin embargo, yo esperaba sin perder esperanza, escuchar alguna vez esa poesía de sus labios, esa que ya no será.

La única respuesta a la espera es la realidad, pues ésta siempre termina respondiendo a las omisiones y a los silencios. A veces, responde con furia y es muy despiadada.

Hoy, sobre este vacío que fue mi cima, quería despedirme contigo del lugar donde se empezó a forjar tu historia, hijo.

Aquí nos conocimos tu padre y yo.

Quizás no recuerdes todas estas cosas que hoy te cuento, pero si las tendrá presentes tu alma, pues el alma no sabe del olvido.








No hay comentarios:

Publicar un comentario