domingo, 25 de septiembre de 2016

Sentir común

Hoy no quería ser eremita.
Es de esos días en que me sobra todo el espacio y siento el frío de los rincones.

La soledad siempre es un buen refugio donde encontrar el silencio.
El silencio que propicia esos preciosos instantes de calma en los que surge la esencia.

Cuando era niña y encontraba la soledad del silencio, sólo necesitaba sentir crujir la tela del frunce de mi falda al hacer girar el talle y bailar con los pies descalzos para emprender el vuelo.

Hoy me preguntabas, hermana, que qué cosas hubiese cambiado de mi infancia. De mi infancia que es también la tuya, pues juntas la vivimos.
Quizás porque sabías lo que te iba a decir y que cambiaría las mismas cosas que tú. Ésas que nos dolieron tanto.
Pero tal y como fue, y sin saber bien como lo hemos conseguido, hemos aprendido a levantarnos una y mil veces. A construir besos y abrazos que inventamos, todos esos que no recibimos, a que broten flores de las cenizas de la crueldad.

Dices que no te planteas hacer nada trascendente. Como si para trascender hubiese que hacer algo específico y concreto. Como si no lo hiciese a cada instante con tu hálito, con tu hermosura con tu presencia divina.

Fue como fue.

Y con todo y con eso, supimos ser mejores.
Somos más grandes.
Es en nuestra cara oscura donde radica nuestra fortaleza.

Y aquí estamos. Y así somos, elementos sustentantes de la extraña vida esta.

Hoy no quería estar sola y, por eso, busqué tu compañía.









No hay comentarios:

Publicar un comentario