jueves, 22 de septiembre de 2016

A ras de cielo

Los trenes dejaron de ser máquinas de medir el tiempo. El tiempo de los encuentros impacientes y fugaces, de las incertidumbres y las penas, de los azares y los miedos.
Cesó el movimiento de balasto. Se detuvo la corriente de la pasión que se extingue, esa tinta que se agota en la escritura reiterada sobre los mismos férreos renglones, los que marcan los límites de una mente cerrada.

Dentro, se había hecho paso la luz. Se avivó la débil llama.
El corazón herido buscaba consuelo en la grandeza de los cielos. En atardeceres que se desangran derramando su belleza sobre los seres y los hombres, que queman lo viejo y gastado anunciando un nuevo día.

Allá desde lo alto, volvió el descubrimiento de lo sutil, la grandeza de respirar la calma, de bañarse en el praná que por doquier el sol regala.

Al abandonar la atalaya, ocurrió que el cielo descendió su horizonte.
Comenzó a ser de nuevo cielo, esta vez a ras de los pies cuando el cuerpo elevan.


He aprendido a volar
En esta tierra, camino
Tu mano en mi mano es el destino
Los pies descalzos con mimo
Acarician los senderos
Que fluyen guiando el alma.




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