Te despiertas con la imagen de un lápiz escolar en sus últimas.
A escala 10:1.
Es de color blanco y sobre su superficie se desarrollan impresas los restos de las tablas del nueve y del diez.
No sabes exactamente lo que ves ese momento. Ni porque te despiertas con esa fotografía.
Y a continuación la sádica.
No recuerdo nada más que sus ojos de pájaro avieso, sombreados de un verde inexistente. En un eterno tic nervioso.
Sobre sus piernas, Marisol, boca abajo. Y los azotes. Y las lágrimas. Y los regalos de los padres para que dejasen de maltratar a sus hijas.
Íbamos a aprehender. No a por el miedo.
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