Nos gusta enlazar historias. De cosas que han sido. De cosas que serán. En lo que somos ahora.
Hay veces que son anécdotas de anécdotas.
Ayer noche nos dejamos abierta una puerta del coche. E iba dando bandazos. Paramos y mi hermano la cerró. Y nos dió risa.
Me acordé de un día que mi padre volvió del trabajo con todo el paragolpes delantero y la puerta del conductor laboriosamente atados con alambritos. Cuando aparcó, salió con mucha dificultad por dónde había entrado (la puerta de al lado del conductor). Por aquella, estaba bastante grueso. Todos los niños de la calle, mirándolo, muertos de risa. Y él rojo. Qué rabioso era!.
Entonces, mi hermano recordó el día aquel que se vino andando desde Malagón.
Ese día, llegó la hora en que acostumbraba a llegar a casa. Y nada. Pasaban las horas y nada. Nada sabíamos. Pues hubo tiempo en que no existían los móviles. Ni se consideraban apenan los fijos. Sólo las corazonadas. O las des.
Se hizo de noche y ya estábamos toda la familia temiendo lo peor. Entonces le vemos aparecer. Exhausto. Magullado.
Se durmió unos instantes y se chocó contra un poste. De teléfono.
El coche dió varias vueltas de campana.
Cuando volvió a recuperar la conciencia, salió como pudo, por la ventanilla.
O lo que quedaba de ella.
Se fue a trabajar a su paso a nivel. Terminó su trabajo. Volvió a casa. Andando. Así era él.
Tenía varias costillas rotas. Y un grave edema pulmonar. Eso lo supimos despues. Ni una queja. Bueno, algún ay madre, quizás.
Llegamos al pueblo. Toda la familia espera. La gran mesa dispuesta en el patio. Alegrado todo por el solanillo y la joven parra.
Nos gusta celebrar juntos. Que estamos juntos. Y vivos.
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