Corregíamos unos dibujos. Como solíamos hacer: en grupo. Así fue que cuando le llegó el turno de salir a la luz mi trabajo, me empecé a poner un poquito nerviosa. Consideraba que no estaba a la altura.
Entonces, mi profesor me dijo que era una derrotista. Yo le pregunté que qué significaba derrotista, que nunca había escuchado tal palabra.
Ojalá me hubiese ahorrado la pregunta.
A veces, condicionan demasiado las respuestas. Así es.
Cada uno filtra los sucesos, los acontecimientos según su ser, su cerebro y sus vísceras.
Es una sucesión de factores, es algo global.
Apenas si comencé y creí caer derrotada.
A grandes dosis de Wright, Le Corbusier, Mies, Ando, Aalto, por mencionar un puñado de los grandes maestros, una comprende que jamás tocará pie en el olimpo de los elegidos. Ni provocará orgasmos múltiples en las clases magistrales a docentes y oyentes. Una y otra vez.
Y así, con el devenir de la vida, una entiende que ni puta falta que hace. Soy quien soy. Nada más y nada menos.
Mi manera de ver la vida es única e irrepetible. Ni es mejor ni peor que la de nadie.
Sé que todos somos prescindibles, desaparecemos en cualquier momento y el gran río de la vida sigue su curso.
Por eso, hay que aprovechar cada momento y ser fiel a esa particular manera de captar la realidad en cada etapa de la vida.
Yo, mis circunstancias y mi tiempo. Pero no ese tiempo o época que nos ha tocado vivir, sino ese momento, ese "click" que se enciende y hay que dejar que se desarrolle. Hay que ayudar a que se desarrolle con trabajo.
No hay derrota, cuando eres una continúa luchadora. Hasta el momento final.
Y el señor profesor, alias "pajas mentales", a base de estrictas líneas rectas limitantes, marcadas a tajo con un 7H, consiguió que amase el olor a libertad en la acuarela.
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