domingo, 15 de mayo de 2016

De pequeñas lámparas de luz está compuesta la vida

Pienso. Y otras veces son las propias ideas las que aparecen en mi mente.

No tiene sentido insistir en llamar en una puerta que cierra un recinto vacío.
No tiene sentido formular preguntas delante de una puerta cerrada.
No tiene sentido intentar sujetar con convenciones el vuelo de un alma ligera y de amplias alas.

Porque claro que se consigue. Se consigue dejar de mirar a lo que fue y que, de alguna manera, nos emporcó o mermó ocultando lo que realmente somos.
Remontar es una decisión voluntaria. Una manera más de continuar el viaje. Con horizontes cada vez más despejados de infructuosas dudas.
Remontar. Hasta donde sea necesario. Puede que hasta el origen.
De nuevo, el curso de agua,  recorre el campo y el accidentado paisaje. A veces con pequeños remansos en lugares sencillos y sitios comunes.
En ocasiones, ocurre, que la atención despejada se sorprende con deliciosas sorpresas.
El sutil destello, de un diminuto haz de luz. Casi imperceptible.

Así es como es ella: me atrae y me paro.
Su dulce vibración, descansa muchas veces acurrucada, oculta, tras las orejas de un cómodo sillón. Sita en el salón, cuya brújula perdió la guía del norte magnético.
Si. Es que es una mujer de dulce luz. Y es en su proximidad, donde suele pasar mi madre la mayor parte de sus días.
Se encuentra sujeta a su asiento, para no caerse cuando se duerme. Y se me parte el corazón cada vez que la pienso, así. Por eso, cada vez que pasa alguien a su lado, pide con insistencia un paseo. Más, es incontenible la belleza de su alma. Y por eso rebasa los límites de su gastado cuerpo.
Ella, es un hermoso encuentro inesperado. De ésos que sólo son posibles cuando dejas de mirar al pasado.
De este largo remonte he aprendido, sobretodo, a apreciar la dulce y suave manera de ser en la vida que emanan determinadas personas. No precisan varita mágica para poner brillo a lo que tocan. Y esto muy hermoso, cuando eres tocada.
Son los encuentros con estas personas, los que me hacen sentir que merece la pena el viaje.

Hace unas semanas estábamos de visita a nuestra madre. Íbamos tres hermanas y una de nuestras sobrinas. Ahí estábamos, con algunas flores de obsequio y el extraño aire del viernes santo.

Al cabo de un rato, ella, nos llamó. Me acerqué y le pregunté que que quería.
Entonces, tomó mi mano (siempre habla cogiendo fuertemente tu mano) y contestó que vernos todas juntas, allí reunidas y oírnos hablar era lo más parecido a escuchar a Dios.
Me quedé, conmovida, por lo inesperado de su respuesta. Sin comprender.
Le pregunté, que por qué decía eso tan raro.
Y a ella le parecía lo más normal del mundo. Decía, que era el hecho de vernos, todas esas mujeres reunidas para dar cariño a nuestra madre. Tan juntas...Sólo eso.

No sé por qué. Me emocionó mucho.

Nunca se es consciente de las sensaciones, sentimientos e ideas que inspiramos.

Después de pensar en este instante, alguna que otra vez, sólo acierto a entender que no se puede ver nada más que lo que se tiene dentro. En mayor o menor grado. Y es mucho. Pero es que no se encienden a la vez los millones y millones de partículas de luz que nos componen.




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