Desde una recogida soledad, el sonar de campanas impreso en mi memoria, se transformaba en millares de sorprendentes voces. Se extendían como una sincronizada reacción en cadena, envolviendo todo el espacio: era la llamada al recogimiento.
Miríadas de puntos de una extensa geografía, proyectaban cánticos. Parecía que se desdoblaban a la vez que se unían. Entonándose los miles de matices de un particular unísono.
Su sutil textura era de sublime terciopelo.
Voces de telas desplegadas, tensándose y ocupando los intersticios del perfil del aire del cielo.
En este delirio sonoro, sentí la ciudad dentro del alma.
La presencia de los ecos de su grandeza, sobrecogió mi interior.
Entonces, supe, que siempre viajaría con ella dentro.
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