Yo vine a este mundo.
Ahora mismo no recuerdo las sensaciones de ese justo instante en el que vi la luz por vez primera, aunque sé que seguro se encuentran en algún lugar de la memoria, configurando lo que soy.
A veces, escalo montañas y consigo alcanzar su cumbre. Llegar ahí significa bajar la mirada y entender la pequeñez en la que se recoge mi alma.
También hay montañas que no fui capaz de culminar y abandone el reto un poco más allá de la mitad de sus laderas.
Y es entonces, entendiendo el error como parte del camino, cuando supe volver a mi verdadero hogar dentro del mar.
Sé muy pocas cosas de este mundo.
Siento, a veces, que cuanto más cerca estoy de lo que es sutil, es mucho lo que me conmueve y me produce admiración.
Este mundo es tan complejo como extraordinario.
Y estoy en la tarea de dar gracias por vivir y ser en él.
Oculta en aquello que se dice común, subyace la grandeza de lo extraordinario.
Sólo es un necesario un instante de respirar con hondura para sentir que la vida en cualquiera de sus amables manifestaciones es un milagro.
Yo sé muy poquito.
Yo vine al mundo a vivir, siendo como yo soy.
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