lunes, 16 de enero de 2017
Las gallinas del templo
En la cercanía, empecé a sentir el lenguaje amable en el que la obra habla. Se trata de un diálogo ininterrumpido entre la naturaleza, el arte y el hombre.
Es admirable el preciosismo con que están ejecutadas las plantas y las flores. así como los pequeños animales e insectos que decoran los accesos.
Fuera del templo, al mirar hacia arriba, descubrí familias de animales domésticos: gallinas y ocas. Si bien no eran capiteles, no podía dejar de asociarlos por desemejanza con los monstruos y criaturas extrañas que decoran las columnas y otros elementos en la arquitectura del medievo, no se sabe si para adoctrinar o atemorizar o por puro divertimento del maestro escultor.
Ahí están, en su pose eterna, las esculturas de gallinas, dignificando cada ser vivo como algo irrepetible y valioso.
Así las miraba y sentía ese nexo en el que lo doméstico, la naturaleza del lugar y la gran escala de un edificio dedicado al culto, un templo, se funden en perfecta coherencia y continuidad.
Hace ya meses que visité la Sagrada Familia de Gaudí.
Me emocionó, especialmente, su interior etéreo lleno de escalas de colores.
El carácter escultórico de sus muros, que parecen cincelados pacientemente como una gran cueva.
He vuelto a recordar esta imagen porque días atrás, Marcos decía que al hombre lo crean su padre y su madre. Después, cuando va creciendo para dar sentido a las cosas, él considera que el hombre tiene dos opciones: o creer en Dios o en la Naturaleza.
A mi, ayer se me ocurrió que ambos aspectos no son realidades excluyentes, sino distintas vías posibles con las que llegar a la unidad.
En la Sagrada Familia, se aúnan ambas para celebrar la Vida.
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