domingo, 9 de abril de 2017

La sonrisa etrusca

Dejé la casa abandonada.
El hogar de la casa se consumió hasta quedar apagado y al llegar el invierno no se veía salir  humo por su chimenea.
No se notaban arreboladas mis mejillas.
Ni se sentía el tintineo de la risa, al despeinar la brisa del mar mis largos cabellos de cobre.

Deshojaba margaritas, permitiendo que un mecanismo del azar inventado para la ocasión decidiese la suerte de mi destino. Yo, inconsciente, mutilaba la belleza.
Sin entender que desconectada de todo, anulaba las respuestas y las preguntas que era capaz de formular, porque pensar-se isla no significa serlo.

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere...
Después, con saber si la flor tenía un número par o impar de pétalos abreviabas el juego.
¿Cuánto hacía que habías dejado de quererte a ti misma?
¿Acaso no son el Maestro y Margarita una hermosa manifestación simbólica del amor?

Mi casa quedó descuidada y vacía. Su territorio y sus estancias fueron usurpadas por otros.
Ay: la voz pasiva.
Las múltiples formas verbales en las que nos perdemos y reencontramos.
El espíritu enjaulado, apresado en pensamientos vanos.
La mente divagando entre la niebla que difuminaba los planos de la realidad en un angustioso caos.

Me parece esto, ahora, tan absurdo, tan lejano.

Después de una larga noche de insomnio, se sucedía una noche aún más larga en la que cada acontecimiento perdía su sentido. 
Y así, hasta que acontece la noche eterna.
La noche de la soledad extrema.
No importa la ayuda que pidas: nadie acude, ni acudirá jamás, es la primera y la última noche del alma.
El mundo colapsa.
En una sucesión de violentas sacudidas el corazón se para.
Respiras débilmente y deseas que todo acabe.

El tiempo sólo necesita unos instantes para morir. Instantes en los que todo el dolor y todo el amor del mundo te atraviesan por completo en todas sus manifestaciones y modos.

Entonces, tu cerebro no puede soportarlo más y, también, se para.

Todo termina.
O no, depende de lo que elijas.

En apariencia, todo sigue sus ritmos, pero ya nada es igual, hasta tu piel comienza a renacer.
Lo primero que percibe es paz.
Luego una sonrisa, esa que siempre es.







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